Señor director: 

Como es mi costumbre, quiero compartir con los lectores de DIARIO DE CUYO, anécdotas e historias de la zona donde vivo en la Cuarta Región de Chile. Allí, un huertero elquino, propietario labrador, inspira relato para libro señalero en la lonja ribereña. Cuando las tajeaduras o dirección de los parronales eran horizontales en las laderas. Precisamente en ese lugar, don Hilario jugaba millones entre damascales y paso del tren. 

Ahora, con el "Mes de María" y la novena del "Niño Dios ad portas": damascos, brevas y uvas vienen a la memoria de mucha gente mayor que fueron niñas o niños en la primera mitad del siglo pasado. 

– ¡Eso de las "ofrendas" con la consabida vara de azucena o gladiolo llega al alma! Más aún, cuando reprime el pellizcón por mirar a la pareja futura. 

Hilarión Molina, más conocido por "Don Hilario jugaba millones" en el libro "Terraleando", retorna desde el más allá. Hizo vergeles y anda, al parecer, por debajo de las higueras. 

Ya los primeros damascos revitalizan la industria casera de las mermeladas, "las brevas curadas" (con un palito para adelantar la maduración), aguardan y las uvas pintonas -blanca, negra y rosada-, toman sol. 

Los parronales, ahora bajan o suben y los cerros. Don Hilario dejaba que el agua se escurriera por las melgas de las laderas; tenía más paciencia que sus antecesores de las terrazas inca. 

Del libro: "Portezuelo", "El Milagro", "La Era" y "Miguelito", eran los predios hecho a mano con que el viejo Hilario desafiaba a cualquier jugador de lotería que se aproximase a la rinconada de los cebollines. 

Por el año que le otorgaron el Premio Nobel a la sencilla poetisa de Elqui, el viejo dejó para siempre el sombrero de los años treinta. 

El juego va por una portada de la revista "Zig Zag", con el rostro de Gabriela Mistral, en enero de 1946. Don Hilarión se dejó.