En artículos anteriores, nos referíamos al amor sufrido y servicial, según el capítulo IV de "Amorislaetitia", del Papa Francisco. Ahora, queremos referirnos a la tercera característica del amor (1 Cor 13,4-7) "el amor no tiene envidia". Sabemos que la envidia es la tristeza o el disgusto que sufrimos por el bien ajeno o por la estimación que otros disfrutan, y la alegría por los males de los demás. En consecuencia, la envidia tiene dos manifestaciones: una es la tristeza ante los bienes y la otra es la alegría ante los males de los demás, lo cual es directamente contrario al amor. 

¿Por qué aparece la envidia, si deberíamos alegrarnos ante el bien y la excelencia de los demás y entristecernos ante sus penas y sus males? Por el egoísmo que tenemos. Nos da pena que el otro tenga más que nosotros: más talento, más simpatía, más belleza, más éxito, más dinero, más santidad, etc. Escribe Francisco: "La envidia es una tristeza por el bien ajeno, que muestra que no nos interesa la felicidad de los demás, ya que estamos exclusivamente concentrados en el propio bienestar. Mientras el amor nos hace salir de nosotros mismos, la envidia nos lleva a centrarnos en el propio yo" (AL, 95). 

La envidia engendra un cúmulo de males: críticas, discusiones, mal humor, división, rivalidad, traición, peleas, resentimiento, persecución, humillaciones, odio, etc. Por envidia, Caín mató a su hermano Abel, pues estaba triste y dolido que las ofrendas de su hermano fuesen más agradables a Dios que las suyas (Gen 4,3-8). La envidia fue también la causa de la entrega de Jesús a la muerte (Mc 15,10; Mt 12,18).

La envidia en el matrimonio surge cuando uno de los cónyuges desea el beneficio que el otro está experimentando y se compara: "tiene un mejor salario que yo y trabaja menos", "no entiendo porque a él y no a mí". En el verdadero amor no hay lugar para sentir malestar o envidia por el bien del cónyuge, pues es la capacidad de sacrificarse por él, buscando su bien y su felicidad. Por lo tanto, lejos de envidiar con pena su éxito, se toma parte en sus alegrías lo mismo que sufre con sus penas. En el matrimonio, donde todo se comparte, se puede decir que el bien del cónyuge es también el propio. Expresa Francisco; "El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo dela envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos en la vida. Entonces,procura descubrir su propio camino para ser feliz, dejando que los demás encuentren el suyo" (AL,95). El amor no tiene envidia; esta es la tercera característica del amor verdadero. 

Visión negativa

Al envidioso le cuesta más soportar las buenas cualidades del otro: su talento, sus éxitos, su encumbramiento, su justa preferencia, que el soportar sus defectos. Carga con una visión negativa acerca de su vida, sintiéndose una víctima.

 

Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Lic. en Bioquímica. Profesor