Señor director:

Según la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad. La salud no se debe a la casualidad, ni a la suerte, sino, en primer lugar, a la herencia. De ahí, la obligación ineludible de los padres de cuidar su propia salud, no solo para disfrutarla personalmente, sino también (y esta es una responsabilidad moral), para transmitirla a sus descendientes; éstos, a su vez, deberán conservarla y aumentarla, con el fin de transmitirla de generación en generación, en esa cadena sin fin, que es la vida y de la cual formamos parte. Digamos que hay que cuidar la salud del nuevo ser, por lo menos desde veinte años antes de su nacimiento. No es exagerada esta afirmación, teniendo en cuenta que las características, buenas o malas, de los ascendientes o progenitores, saltan a veces una generación para manifestarse en la siguiente. Esto significa que los futuros padres, desde su propia niñez, deben ir preparándose, física y espiritualmente, para la gran tarea de engendrar hijos sanos.