El paraje donde se le rinde culto al taxista.

Hace 80 años ocurrió en San Juan un alevoso asesinato, que con los años derivaría en un culto popular: el homicidio del taxista Nicolás Caputo, perpetrado por dos cordobeses. El "Diario Tribuna'' del mes de mayo de 1939, expresaba en su principal nota: "Ha desaparecido un chofer de un automóvil de alquiler''. Caputo era un hombre joven, esposo y padre, que había adquirido no hacía mucho tiempo un hermoso automóvil Ford, modelo 1938. Desde la actual Plaza 25 de Mayo, el desafortunado taxista partió, sin saber que sería su último viaje. El auto había sido alquilado por dos hombres, primos, originarios de la provincia de Córdoba, Juan Manuel y José Demetrio Eciolaza. El automóvil iba rumbo al paraje Difunta Correa o Vallecito, seguramente por una solitaria y polvorienta ruta. Antes de llegar al nombrado sitio, y según lo proyectado por los asesinos, le ordenan a Caputo detener -con un pretexto-, el automóvil. José Eciolaza desciende del auto y se aleja, diciendo que va a hacer de sus necesidades. Alejado del auto escucha un disparo, llega y se encuentra con el taxista muerto, tirado en el suelo; su primo le había disparado en el rostro. Parece ser que, el plan era robarle el auto, pues los primos habían adquirido una soga para maniatarlo y dejarlo a la vera de la ruta. Pero la situación se les fue de las manos y concluyó en un horrendo crimen, huyendo a Córdoba y otras provincias. En tanto las investigaciones policiales no eran alentadoras, ya que no había testigos. Fue en el mes de julio del año nombrado, cuando un obrero de Vialidad Nacional, trabajando en la actual Ruta 141, a poca distancia de Vallecito, encontró un cadáver, casi una osamenta. Por los restos de la ropa y otros detalles, se reconoció que era el taxista desaparecido. En tanto se dio con el paradero de los asesinos, quienes fueron traídos a San Juan, y llevados a juicio en 1940. El asesino. Juan, fue condenado a prisión perpetua y su primo a 11 años de prisión. Al margen de esta concisa crónica, y desde una mirada antropológica, la muerte violenta de un inocente, fue el disparador de una "canonización popular''. Familiares, gente conocida o piadosa y especialmente viajeros iniciaron la devoción. Alguien colocó una cruz a orilla de la ruta y luego se fueron incorporando otros objetos, especialmente desechos vinculados con el mundo de los autos o transportes. El culto se difundió por todo el país, y el lugar geográfico donde fue cobardemente asesinado fue sacralizado.