Señor director:  


Quiero compartir la historia regional del Chile de antaño. Recuerdo una casona olvidada, estación del recuerdo, tolera acoso urbano para cultivar nostalgias en utopía ferroviaria. Cuando la porfía de un joven vestido a lo huaso aún concita interés por la tradición. Donde un farol de guardavías sigue alumbrando a los románticos. Cuando salí de mi casa.  


La vieja estación vicuñense luce tal como una cayana diaguita. Y no es fantasía pura... es una comparación de arcilla, aire y sol. La alfarería prístina que usaban las mujeres del valle para tostar las semillas junto al fogón. La fragancia de las algarrobas, chañares y otras bondades alimenticias de la naturaleza atraía al prójimo para compartir en amistad.  
Y, algo de eso, fueron las estaciones ferroviarias desde sus comienzos, siglo XIX hasta 1975. Para Gabriela Mistral no eran simples construcciones por el padre de su amiga Marta Samatán. Eran, sin lugar a dudas, otras reinas. Así, tal como en Las Cortes de Amor, ellas eran asediados desde el tren de pasajeros con su comodidad y elegancia al tren lastrero aporreado y servicial, como siempre.