He leído con atención el notable artículo del periodista Ricardo Olivera publicado en DIARIO DE CUYO el día domingo 22 de noviembre. Se titula "Guerra del cerdo: jubilaciones, matar sin que se note". Me sorprendió la valentía y la franqueza con la que aborda el tema. De ese artículo se me han quedado grabadas estas palabras: "Jubilaciones: matar sin que se note". La primera parte del título: "Guerra del cerdo", se refiere a una novela de Adolfo Bioy Casares que aborda este tema. La segunda parte es de su autoría. Después de un breve análisis de cómo distintas culturas han tratado a los viejos, que también leí con atención, me preguntaba cómo pasarán a la historia estos gobiernos que han acudido a la Anses para obtener fondos que son de los jubilados. No son "préstamos" de 10 o 20 mil pesos. Se trata de sucesivos 10 mil millones, 20.000 millones o más. A lo cual se agrega la inclusión de millones de personas jubiladas sin haber hecho aportes, cuya justicia no pondría en duda si es que no se tratara de una medida demagógica en un sistema que no lo soporta. Quizás la intención oculta es lograr más votos. El presidente de la Nación dijo que muchos ven ajustes donde no lo hay. Los jubilados sí lo notan, señor presidente, y no es una ilusión óptica. En realidad, no es un ajuste, es una limosna de 19.000 pesos mensuales, incluyendo en este monto el generoso aumento del 5% que se agregará a los valores actuales. Ni siquiera una limosna, que significa "Cosa que se da por amor de Dios para socorrer una necesidad".

Estamos hablando de valores en los que oficialmente se afirma que la canasta básica para no ser pobre es de aproximadamente 50 mil pesos. Total, los jubilados son mansos y los consideran inservibles. Y son mansos a la fuerza porque no pueden parar ninguna actividad básica del país, no pueden parar los transportes ni la salud ni la educación, ni la producción de materiales, entre otras.

Quizás podrían cortar una calle, pero por sus condiciones físicas a la mayoría no le resultaría posible. Hacer una marcha, aunque estuviesen protegidos por la policía, ni hablar.

Las civilizaciones que mataban a sus ancianos por lo menos respondían a su tradición. Esto no sé qué es. De nuestra civilización, no. Leí una pancarta en una marcha de un gremio que decía: no nos matará el virus, nos matará el hambre. Exactamente esa es la situación de los jubilados. Muchos morirán de hambre o por una enfermedad curable. Claro, la curación necesitaba medicamentos que ellos no pudieron comprar por falta de dinero. Por todo esto tiene razón, Olivera, morirán sin que se note.

 

Por David Schabelman
Arquitecto