Señor director:

Para mí como para tantos argentinos, el mes de mayo es muy especial. Se me vienen a la memoria todos los preparativos, las expectativas y la alegría de un festejo particular. Se trata del llamado en la escuela como el "cumpleaños de la patria”. Es que la Semana de Mayo era algo sublime. Maestras, padres y alumnos estaban concentrados en el festejo.

Era verdaderamente una celebración familiar, maravillosa, que nos llenaba de emoción.
Hago memoria. El túnel del tiempo me lleva hacia la década de 1970, en la Escuela "Luis Jorge Fontana”, la que está frente al Parque de Mayo. Se vestía de gala en un mes único, otoñal, patriótico. La ornamentación era una grata "obligación”. Ver las paredes de la escuela y los árboles, cuya mayoría eran pinos. Todos "vestidos” con gallardetes, banderas, escarapelas celestes y blancas, que invitaban a emocionarse y a tener un corazón de infancia feliz.

Se estudiaban los acontecimientos de la Semana de Mayo, de una manera increíblemente emotiva y festiva, sabiendo que el desenlace iba a ser el 25, con "el primer grito de libertad”. 
Los preparativos de obras de teatro referidas a la revolución de mayo eran ensayadas hasta el más mínimo detalle, con un vestuario apropiado, preparado por las madres de los alumnos. Nada de papel crepé. Todo el vestuario era "de verdad”, con ropa diseñada y cosida por las mamás.

Libretos leídos y aprendidos de manera magistral. Los personajes como el vendedor de velas, el aguatero, la mazamorrera, las damas antiguas, los caballeros. Todos los personajes era escenificados por los niños.
El chocolate preparado para la merienda en el turno tarde, la preparaba el portero con ayuda de madres y supervisadas por las maestras, cuyas palabras eran "ley”, para los padres y alumnos de sus respectivos grados.

La directora era muy buena persona. Tenía una voz suave y muy buena dicción. No le hacía falta levantar la voz para dar consejos u órdenes. Recuerdo que se llamaba Lidia, como mi madre. Tan sólo su presencia inspiraba una autoridad increíble. Eran épocas en que el respeto hacia las maestras era casi sublime.

La fiesta en las dos últimas horas de clases era muy emotiva. Los niños no queríamos que se terminara nunca la Semana de Mayo, en el mes más esperado del año escolar, el de la Patria.