
El mundo y la iglesia, no deben estar privados del sacerdote. No existe otra profesión o estado que requiera una identidad inseparable entre profesión y vida, como lo exige el sacerdocio; por eso necesita una naturaleza sana y una seguridad interior para que no peligre su consagración. Él sabe que entre los ojos que lo observan, no sólo están aquellos que lo respetan y aman, sino que también se hallan los malévolos, que aunque no sea contra su persona, si dañan por su estado o profesión. La iglesia promueve el celibato, porque tiene ante ella al pastor de almas, a quien Cristo toma para su servicio y debe estar en todo momento a disposición de su prójimo. Por eso necesita un pastor célibe, para fortalecer la fe de los fieles, para promover la unión, el perdón y el amor entre todos. Todo joven llamado ejecuta su decisión con plena libertad de elección. Se decidirá por el celibato conciente, con espíritu de sacrificio y de completa entrega. "Todo lo puedo en aquel que me conforta”, dijo Juan, por la gracia especial exigida. El celibato es la más honda atadura humana, tiene que ser un hombre ejemplar, esforzarse para demostrar que está siempre amenazado a descender. Él ve al mundo con un alto idealismo, con inquebrantable fe en el bien y su poder triunfal. Los sacerdotes son de la misma naturaleza de los fieles. Son hombres y están rodeados de flaquezas. Esta es la humanidad. El hombre en el sacerdote, no es que deba ser aniquilado, sino que debe ser purificado conforme a su estado. Desde mi humilde experiencia con ellos, siento la necesidad de defender su imagen cuestionada, pues ellos me brindaron consuelo, paz, calma, resguardo, alivio y una fuerza indescriptible, que me llevó a ver la vida con los ojos de Dios.
Por Margarita Castillo Ramírez – DNI 10.223.344
