Señor director:

Lleva entre sus manos un mazo uniforme de pequeñas hojas, que tienen impreso un número y una cantidad expresada en pesos. Los tiene a la venta y prometen una gran fortuna o, en caso contrario, la seguridad de una próxima revancha.

Son números de lotería, y él un vendedor de ilusiones, ávido por diseminarlas y que alguno de los compradores se alce con el premio mayor, y así, ganarse la vida.

Yo creo que lo he visto desde siempre. Desde mis años mozos, en que solíamos transitar la noche, y rematábamos en alguna parrilla, lomoteca, o café.

En esa bohemia entrañable que se apodera de los que ejercían, en ese tiempo como yo, el periodismo.
El diario salía bien temprano.

Apenas en unas horas más. Uno debía estar alerta para que no se le vaya el tren de la última noticia. Hasta que llegaba la hora que desde el taller de impresión nos decían basta y había que mandar el último material, porque no quedaba más tiempo.

Luego de esa ceremonia del "cierre", la noche nos esperaba como una dama en deshabillé. Misteriosa y oferente.

Y ya en el café aparecía él entre las mesas. Pequeño, sonriente, respetuoso. Oferente, sin ser cargoso. "¿Quiere un número, señor?". Si le aceptan, despliega su oferta de sueños como un abanico y concreta la venta.

Si es no, marcha sin alardes hacia otra mesa, la otra, y abarca todas. Siempre él, con sus herramientas de abrir una posibilidad de salir de pobre.

Pasaron los años, y una mañana de este enero tórrido de 2017, a la hora del almuerzo, mientras mi amigo Jaime me invitaba un café a modo de aperitivo, volvió a entrar: Esta vez con un mazo de "quini", abiertos en flor sobre sus manos. Está igual, sólo que canoso, mezclando pasado y presente. No pude resistir la tentación de preguntarle quién era. "Me llamo Pedro Vargas -me dice -, como el cantor mexicano.

Empecé a los cinco años y medio, en el año 1961. Decidí abrirme camino solo y encontré este medio de vida que no abandoné nunca". ¿Formaste una familia? "Sí, y pude tener mi casa en tiempos de los bloquistas, gracias al 'Tutín' Laciar, que me dio una mano".

Pienso en el "Tutín" y lo agradecida que es la gente común. Algo que él ya sabía. Por eso nunca dejó de hacer el bien, como estará de acuerdo conmigo una persona que yo sé, y que siempre le dedica un reconocimiento, porque le ayudó a llenar sus primeros estantes con cal, cemento, hierros y otros materiales de construcción.

Todo esto lo cuenta Pedro, sin abandonar la pasta de los buenos vendedores, que nunca dejan de ofrecer lo que llevan. Es su naturaleza y así remata la charla.

"¿Me va a comprar un número?" y yo, que también por naturaleza no me gusta el azar, debo contestarle para su decepción que no. Que no juego. Pero que se lo cambio por esta "apilada", de un San Juan que resiste el irse, y que quiere colgar como en un cuadro este tipo de personajes, que uno ya incorporó a su paisaje de vida provinciana.