Señor director:

Nací en 1935, un 27 de marzo, año en que se fue de este mundo para eternizarse, el "Zorzal Criollo'', Carlos Gardel. ¿Qué tiene que ver conmigo? Supe de él cuando pasó el tiempo y empecé a escuchar radio, la famosa "galena'' en el año 1940. Se escuchaba con un auricular, en determinadas horas del día. Era novedad para toda la familia, allá en Pampa Vieja, Jáchal. 


Fue entonces que se escuchaba a Carlitos y era la alegría, aunque no se escuchara con claridad. Todo el vecindario se juntaba en las tardes, para, al menos oír muy poco, uno o dos minutos cada uno. El entusiasmo por escuchar a Gardel, Libertad Lamarque Magaldi, Corsini, Nellly Omar y otros muy conocidos, era muy grande. Esto que escribo viene a colación por lo que yo sentí ya más grande. Me fanaticé con Gardel y con todo lo que sea tango. Fui y soy, al paso de los años, un bailarín a quien cada tango, es como viajar al infinito. Era como flotar en una alfombra mágica, borracho de esa música que embriagaba mi alma. Mis pasos no eran de fantasía, sino que me deslizaba como si estuviese sobre una nube imaginaria. Sentía que no era yo. Me subía al espacio del tiempo y no quería que terminara esa sinfonía que volaba en mi imaginación. Cuanta felicidad al sentir el pentagrama del tango, cuyas notas penetran en el alma y en el corazón. Vivencia pura que adormece con su candor, fuego sagrado cuyo compases pintan cada barrio, cada momento, porque el tango es el espíritu, el alma del pueblo, el café, el buzón de la esquina, los amigos. Cuántos ritmos aparecieron queriendo igualarlo, y sucumbieron con el tiempo porque tu ritmo es inmortal. Es el padre nuestro del universo musical, la biblia, el diccionario de vida en cada nota, que salen del pentagrama endulzando el alma en un éxtasis sin igual. Eso fueron Gardel, el tango y el baile, para mí.