¡Si vieras, Guido Iribarren, cómo te recuerdan aquí, abajo! El premio, la mayor recompensa para un buen tipo como vos, es este reconocimiento. Unánime, poderoso, diría del pueblo de tu San Juan amado. Las voces que se han levantado en estos días, vienen desde todos los rincones. Gobernantes, poetas, músicos, gente de radio, de diarios, escritores, un simple correo del lector, de alguien que se acordó que una vez colaboraste con cierta escuelita rural. Estos días he transitado las veredas que solías pisar, con tu bohemia sin par, y sigo escuchando voces de amigos que alguna vez tuvieron con vos una historia, una anécdota para recordar, o para reír y, en definitiva, para seguir viviendo. Sin saberlo, tu decir entre campechano y tanguero, tu sonrisa franca y tu mano abierta, iban sembrando almácigos de paz, de buenos augurios, de ganas de volver a encontrarse con gente como vos, que honren la amistad y la vida. No tuve el tino de confesarte la caricia al alma que recibía cuando me mirabas con tus ojos expresivos y me ordenabas "¡Navarro, a la barrera!". Me mandabas, risueñamente, a una barrera imaginaria, para defender un supuesto tiro libre contra Del Bono. Y al lado mío ubicabas al "Chueco" Alberto Vallejos, el legendario actor de radioteatro, locutor, el de la "Pandilla del tío Melchor" y el "Negro" Ávila tenía que estar atento, porque por ahí se le podía filtrar la pelota. Todo nacía de tu imaginación oportuna, conectada a la chanza ocurrente y sana, dándome el lugar que me conocías, como amante del fútbol y de Del Bono. Como lo era también Vallejos. A Guido lo había conocido antes, en una función que no tuvo nada que ver con sus tardes tangueras en "Colón esquina tango". Redactaba con una letra prolija y ordenada, los registros contables, antes se hacía todo a mano, de la Cooperativa "La Cordillerana", donde el contador era Juancito Puleri y yo, el perito mercantil que hacía sus primeras armas apenas recibido de la Escuela de Comercio. Corría el año 1965 y con Guido iniciamos una rápida amistad, porque descubrimos nuestra común inclinación por el tango, las letras y el fútbol. En aquel programa donde cierta tarde le escuché hablar de la Esquina Colorada, como si hubiese vivido allí. Estaba muy bien informado de don Napoleón Quiroga, don Rubén, de don Felipe, del "Negro" Aranda, en fin de los personajes que apadrinaron mi niñez. Un día llegamos y después nos vamos, dice una canción. Chau, Guido, estarás por siempre en el corazón de tu ciudad, que era un vino que descorchabas "cuando la tarde busca refugio en la noche", según tu poesía inolvidable.