Señor director:


El hambre que padece el hijo pródigo de la parábola evangélica por no poder siquiera comer las algarrobas destinadas a los cerdos, le hace entender la profunda soledad del hombre que malgasta la herencia de su padre y se ensucia en el pecado. Una imagen que se puede aplicar al hombre de nuestro tiempo, que ha dejado de ser cristiano. Hemos malgastado la herencia de vida, de familia, de amor fraterno que Dios nos ha regalado en Cristo Nuestro Señor, y tenemos hambre.


El hijo pródigo se arrepiente, llora y pide perdón. El hombre actual no se arrepiente. Se enoja consigo mismo por lo mal que le han ido las cosas, pero no se arrepiente ni pide perdón.


El hijo pródigo vuelve a la casa de su padre. El hombre que ha dejado de ser cristiano se obstina en comer las algarrobas de los cerdos, quema sus raíces cristianas, y quiere reconstruir la herencia a base de abortos, transexualismos, de destrucción de la familia, y toda clase de ideologías de género tratando de "construirse a sí mismo''. Y se encuentra con un vacío absoluto. Y persiste en no arrepentirse. Parece que quiere seguir los pasos de Kirilov en "Los Demonios de Dostoyesky'': planea su suicidio porque piensa que sólo puede llegar a ser él mismo si domina su propia muerte.