La había imaginado tantas veces, que creía conocer de memoria cada curva, cada abismo y cada cima de su cuerpo. En un principio, la imaginó subiendo al micro, del cual siempre esperaba le trajera la mujer soñada. Hasta que ocurrió. Sólo que esa vez ella tenía muchos asientos para elegir, pues el coche estaba medio vacío. Su presencia al subir, lo había impactado. Para su alegría y sorpresa, vino a sentarse a su lado. El corazón le latía con una excitación desconocida. Miró sus piernas de reojo y las rodillas, que apenas aparecían bajo el repliegue de su vestido, se le antojaron magnificas. Esta vez no dejaría pasar la oportunidad. Pero fue ella quien tomó la iniciativa. "¿Me puede alcanzar el lápiz de labio, que se me ha caído de su lado?". Su voz, guardaba exacta proporción. Para poder indicarle el lugar, tuvo que pasar levemente sobre él y la cercanía de su pelo, vaporoso y perfumado, lo turbó definitivamente. "Aquí está", le dijo. "Gracias", contestó ella. Y lo siguió avanzando con toda naturalidad. "¿Cómo te llamas?". Él dio su nombre en medio de un gran sonrojo, pues la frescura de esa chica le alteraba sus sentidos. Estaba especialmente preocupado porque se entiende que era él quien debía tomar la iniciativa, pero se dijo que la dejaría venir, hasta que le diera la oportunidad de un contragolpe. "¿Y cuál es tu nombre?", se animó. Y ella pronunció "Rose". Tan exótico y original que se le ocurrió que los planetas se alineaban. El micro superaba las cuadras y tuvo miedo de que ella se levantase en cualquier momento. Entonces, buscó su mirada, entendiendo que estaba todo dicho entre ellos, y preparó el ataque. "¿Me aceptarías un café?". "Por supuesto", le contestó y quedaron en juntarse a las 18 del día siguiente en un café discreto. Lejos de miradas ajenas.

Esa noche no durmió. Al día siguiente, a la hora señalada, llegó al encuentro. Allí estaba la dulce dueña de sus sentimientos. Pero, no sola. Otro joven reía con ella y él, perplejo, vacilante, siguió su marcha. La pesadumbre era atroz y se dijo que no le volvería a pasar. Ella, al verlo que siguió de largo, se levantó y fue detrás. Entonces lo alcanzó, le tomó de los hombros y lo dio vuelta. Con gran tranquilidad y cuidado, hurgó en sus cabellos, y uno a uno le fue desactivando unos electrodos, que poblaban su cabeza. Él fue bajando los brazos, aflojó las piernas y notó que su cuerpo lo abandonaba. La Dra. Rose Hewit, científica de la Universidad de Princeton, New Jersey, tomó luego su robot y con la ayuda del muchacho que la acompañaba, lo acomodó en el interior de su baúl y marchó.

Mientras iba, escribió las conclusiones de su experimento. "Hoy sucedió algo extraordinario. Comprobé que aparte de sentir amor, celos y dolor, mi robot tomó una decisión que no estaba programada: al verme acompañada, resolvió seguir de largo y eso no estaba en los papeles. Él tenía que sentarse".

Me parece que esto de escuchar y leer al doctor Facundo Manes, sobre lo que puede esperarse de la inteligencia artificial en un futuro no tan lejano, me está partiendo la cabeza. Escena como las que relato en esta ficción, puede llegar a ser común el día de mañana. Eso sí. El doctor Manes se encarga en resaltar que para él, un robot nunca llegará a reemplazar al ser humano en los actos más sublimes del espíritu. ¿Será así? 

 

Por Orlando Navarro   Periodista
Ilustración: Rodolfo Crubellier