Estamos en este año especial viviendo esta pandemia mundial. Desconcertados. Recibimos los efectos en nuestras vidas de esta situación que se ha gestado muy lejos de nosotros. No sabiendo que hay detrás de lo que hay. Un 2020 con aguas borrosas esperando que se decante para poder ver claridad y recuperar la vida presencial. No estamos hechos para vivir en lo virtual. Realidad que lleva a una angustia social y anímica: estar preocupados por un virus, encerrados, no poder trabajar, con una situación muy crítica económica, no sabiendo bien a donde vamos y qué será lo que vendrá por delante.


Estamos en este mes de septiembre celebrando con toda la Iglesia el llamado "mes de la Biblia". Recordando los 1.600 años de la muerte de San Jerónimo. Hoy más que nunca es conveniente tomar la Biblia para que la voz de Dios ilumine nuestras mentes y las de todos, ante una situación tan oscura y preocupante. La Biblia es luz para la vida de los hombres y el destino de los pueblos y las naciones. Dice el Salmo 118: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero". Hoy más que nunca la Biblia se trasforma en el "libro de la esperanza, la alegría y la fortaleza". La humanidad nunca encontrará el camino correcto y la felicidad plena si no tiene la humildad de escuchar la voz de Dios. Leer la Biblia es meter a Dios en la vida. Él es quien nos da la sabiduría para buscar lo bueno, edificar la vida sobre cimientos sólidos.


Este libro sagrado lo llamamos "Palabra de Dios" porque contiene la Revelación de Dios dada a los hombres. La teología nos enseña que la Revelación de Dios se dio mediante dos modos: la llamada tradición oral y la tradición escrita. Ambos modos son "Palabra de Dios". El autor principal fue el Espíritu Santo y los llamados autores instrumentales fueron aquellos autores humanos llamados hagiógrafos, que inspirados por el Espíritu de Dios, escribieron aquello que debían escribir. Los Santos Padres de la Iglesia llamaron a estos hombres "plumas del Espíritu Santo", es decir, fueron como bolígrafos actuados por el impulso divino del Espíritu.