La historia podríamos conjugarla entre la década de 1960 y 1970, a las que le sumamos menos de un lustro de 1980. El radioteatro se escuchaba en todos los hogares sanjuaninos por una de las dos radios que existían por esas épocas, Radio Colón y Radio Sarmiento (luego, se agregaría Radio Nacional en 1972). Era la hora de la siesta, a eso de las 14. Los calores veraniegos eran más benignos que los de ahora, signados por el cambio climático. La siesta era sagrada para dormir un buen rato, aunque los niños conversaban, reían y disfrutaban de comer uva con pan. Era el común denominador de un San Juan histórico de hace medio siglo; la rutina de vacaciones hasta que llegaba la época de carnaval.

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Los barrios y villas dejaban ese letargo siestero para convertirse en un festival de agua y barro. La llamada "chaya libre" daba paso a la diversión en las casas, luego a la calle y a los barrios.

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Desde el gobierno provincial se reglamentó el horario de "chaya". Arrancaba desde las 14 hasta las 18. Sólo por dar un ejemplo, en el barrio Ferroviario, cerca de la Estación Belgrano, la rutina cotidiana decía que luego del almuerzo, alguien, sigilosamente, con algún recipiente, mojaba a los dueños de casa. De ahí en más, se desataba ese alboroto de risas que se daba en toda la provincia.


Baldes, tarros de leche en polvo, de aceite de 5 litros y cualquier otro recipiente, servía para dar batalla y mojar. Hombres y mujeres por igual, de distintas edades. Mientras, detrás de las ventanas o parados debajo del dintel de la puerta de calle, los abuelos y niños pequeños miraban el espectáculo que se daba en la calle, con barro podrido incluido, que servía para ensuciar a los "chayeros". Luego de un buen rato y cuando ya no quedó nadie "seco" era hora de ir a otra calle, donde chayar con los vecinos y hasta compartir unos tragos de sangría y chicha.


Ya, en plena década de 1970, las radios tuvieron un rol fundamental en difundir lo que acontecía en toda la provincia. Los propulsores de la llamada "caravana cayera" fueron los periodistas Mario Pereyra y Rony Vargas. La fiesta se multiplicaba en cada esquina, barrio, villa y departamento.


Las cuatro horas de chaya parecían cortas, pero llegaban a su fin. Quedaban como vestigios de la diversión casas con agua y barro por todas partes, calles mojadas y la gente cansada; pero felices de jugar con agua en carnaval.

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Con la entrada de la década de 1980, la fiesta de carnaval fue menguando. Disposiciones desde el gobierno de turno con argumentos negativos hicieron que la chaya popular se diluyera en el tiempo hasta que los más soñadores intentaron resucitarlo; pero ya no fue lo mismo. Ya no fue la chaya libre y espontánea de esas épocas.