Señor director:


Cambiar de aceites e irse a segundas y terceras marcas, por más colesterol y triglicéridos que tengan, es la única opción que nos queda para los que tenemos menos ingresos. Según estudios que se publican en medios de comunicación serios, escritos por especialistas, los argentinos que están bajo la línea de pobreza, son indigentes. Se dice que un basto sector de la población que integra ese 30 por ciento de pobres en el país ya perdió un kilo de masa corporal. Muchos de ellos viven en provincias del Norte del país, como en bolsones de pobreza ubicados en barrios marginales del conurbano bonaerense. Los daños son irreversibles, sobre todo para los niños y los ancianos. Comprar harinas de segundas y terceras marcas es sinónimo de hinchazón y poca alimentación. Hoy los panes son puro conservante y lleno de sustancias artificiales que dañan al cuerpo, provocando más hambre. Mucha gente piensa que irse a las segundas y terceras marcas, es no comprar los productos a aquellas empresas que publicitan sus marcas por los medios de comunicación, pero no es así, y por falta de recursos y el deterioro del poder adquisitivo recurrimos a estos productos alimenticios que no contienen los poderes nutricionales que el organismo necesita, por su baja calidad.


Vemos que en los comedores escolares o merenderos, los niños se alimentan con productos de segunda y terceras marcas, por lo que afecta de forma directa su salud.


 Los que menos tienen gastan sus pocos recursos en fideos, arroces o carnes molidas, muchas veces casi pura grasa, dañando la salud y aumentado la desnutrición. Pareciera que nuestros gobernantes todavía no se enteraron.