En diversas circunstancias el papa Juan Pablo II hace referencia a lo que él llama “la plaga de la pobreza”. En uno de sus discursos nos dice: “la persistencia de la pobreza extrema constituye un verdadero escándalo, una de esas situaciones que obstaculizan gravemente el pleno ejercicio de los derechos humanos en el momento actual”. Dice además que: “no es lícito resignarse al espectáculo inmoral de un mundo donde aún hay personas que mueren de hambre, que no tienen casa, que carecen de la instrucción más elemental, que no disponen de los cuidados necesarios en caso de enfermedad o que no encuentren trabajo. Y esta lista de viajes y nuevas formas de pobreza podría alargarse mucho más”. En otra oportunidad nos dice San Juan Pablo II que: “Los cristianos, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, deberán contribuir, mediante adecuados programas económicos y políticos, a los cambios estructurales tan necesarios para que la humanidad se libre de la plaga de la pobreza”. Y al referirse al deber de combatir la pobreza expresa: “La luz de Belén que se dirige a los hombres de buena voluntad”, nos hace presente el deber de combatir siempre y en todas partes, la pobreza, la marginación, el analfabetismo, las desigualdades sociales o la vergonzosa trata de seres humanos. Nada de esto es inevitable”.