Señor director:
Los años pasan y van dejando sus huellas en nuestra frágil humanidad. Para algunas personas es difícil aceptar esta realidad. Se hace dolorosamente consciente. Se aferra a una juventud que va quedando cada vez más lejos. Pero hay otra realidad diferente. Tiene como raíz, la esperanza, es la juventud del espíritu. Es entonces cuando los que estamos llegando a la cumbre de nuestra existencia, asumimos esta realidad, por lo tanto: canas, arrugas y deterioro corporal dejan de ser llagas que hieren el corazón, porque esa juventud del espíritu le va dando plenitud a la vejez. Es entonces cuando el vivir se convierte en gozo, el día es más luminoso y todo el entorno es armonía y paz.
Tenemos vida y por lo tanto tenemos que terminar de cumplir alguna misión. Así lo dispuso el Creador, porque de este mundo, si bien dejamos lo que hemos adquirido, llevaremos el bagaje de lo bueno que hayamos realizado.
Viene en estos momentos algo que escuché hace tiempo y que ha sido para mí muy enriquecedor: "No es mi juventud la que debo volver a descubrir, sino el sentido de mi vida a medida que envejezco”.
Por eso debemos estar dispuestos a aceptarnos como somos. Realizar lo que en este presente podemos cumplir, con nuestras limitaciones físicas, pero sin perder de vista una consigna que nos llenará de gozo: un corazón plenamente abierto al amor de Dios, a su voluntad y a nuestro prójimo.