Los jóvenes tienen por lo general, también nosotros a esa edad, tendencia a ver la vida y los comportamientos sociales desde la óptica de la izquierda. En nuestro tiempo nos sedujo la revolución cubana, su mensaje libertario respecto del imperialismo, la tercera posición, las políticas distributivas, y demás. Siempre fue así y es lógico que suceda. A esa edad, insolenta la injusticia, la explotación del hombre por el hombre, de países por países. Y suscribimos una ideología. Todos leímos "Las venas abiertas de América Latina", de Eduardo Galeano (1971). Después, con los años, uno empieza a razonar y observar críticamente la realidad. Que la "isla bonita" pasó de revolucionaria a ser una dictadura. Que los que mueven las palancas juegan un ajedrez, donde el joven idealista es un simple peón. Que la ideología dogmatiza y obnubila el razonamiento. Hasta Galeano renegó de su obra: "Si volviese a leerlo caería desmayado", dijo en 2014. Cierto profesor, advertido del interés de sus alumnos por socializar la economía y repartir la riqueza, les ordenó sacar una hoja. Les tomaría una prueba. Como siempre pasa, algunos escribieron mucho, otros poco, otros nada. Y vino la entrega de los trabajos: Unos calificaron con 10, otros con 8, otros 4, otros cero. Pero el profesor les dijo que, respetando sus ideas, había decidido "socializar" las notas, y que todos tenían 5, que era el promedio. Lógicamente vino la queja de los que estaban por arriba. Y los que se ganaron el 5 sin merecerlo, reposaban satisfechos. Bien, dijo el profesor, eso es distribuir el esfuerzo de otros. Iguala para abajo, no existe el mérito, protege al que no se preocupa. Esto viene a cuento de una reciente y sorpresiva diatriba, donde se sostuvo enfáticamente que "hay que salir de la lógica de la meritocracia". Dando por tierra con las alusiones a que hay que optimizar la educación, capacitar los docentes, reforzar los presupuestos educativos. Porque si comenzamos por el aula a no reconocer el talento y el esfuerzo, ¿qué le espera a la sociedad para salir de este pozo de mediocridad y falta de avances, y por lo tanto menor calidad de vida, a que parece estar sometida? En las sociedades avanzadas se premia el mérito, las posiciones mejores son alcanzadas en base al crecimiento, al conocimiento, a la superación, y no por el dedo del profesor bueno que regala notas. Inocular en la mente de los jóvenes el resentimiento contra el mérito, es condenar a la sociedad al atraso y a la mendicidad. Esto, que puede parecer una prédica en contra de la solidaridad, o un darwinismo social ("la supervivencia del más apto") es, muy por el contrario, una arenga en favor de arremangarse y tomar las riendas de la propia vida de cada uno, antes de someterse a la dadivosidad de los que terminan por solidarizar pobreza. Por supuesto que existen casos, mayormente determinados por la falta de oportunidades, donde el Estado deberá ir en ayuda. Apostar al sacrificio a lo mejor no sirva para ganar elecciones, pero hay que cultivar el mérito del trabajo honrado, del progreso en las escuelas. Despotricar contra el mérito, es condenar a los pueblos al retroceso, donde al final, fatalmente, dará lo mismo ser "un burro que un gran profesor", al decir de Discépolo.

Por Orlando Navarro
Periodista
Ilustración: Rodolfo Crubellier