En una reunión en Turín, Italia, un universitario preguntó al papa Juan Pablo II: "Según usted, ¿qué significa, para nosotros jóvenes, amar?". El Sumo Pontífice le respondió: "He querido unir esta pregunta a otras en las que ustedes hablan de su preocupación y desconcierto por el ambiente de "hedonismo exasperado", la "pornografía tan extendida", la "mentalidad permisiva" que llevan fatalmente a olvidar valores más altos e indispensable". Y siguió: "Estoy de acuerdo con ustedes. Amar auténticamente, como cristianos, significa hoy, ir contra corriente, ser hombres hechos y derechos que llaman al mal mal y al bien bien, y con valentía luchan contra la moda de afirmar que es lo mismo amar que vivir el sexo. Si quieren vivir el estilo de amor de Cristo, prepárense para aprender a saber vivir con Él, en Su compañía". Y les aclara que amar como cristiano no es sólo defenderse de las tentaciones, y renunciar a placeres obsesivos: "Amar como cristianos los llevará a enamorarse con toda el alma, haciendo referencia a Dios, y aceptando dar vuestra vida como una donación total. No buscando una simple posesión egoísta. Amando así, tendrán la inteligencia y la cultura del amor, y verán y disfrutarán viviendo las exigencias de entregarse ustedes mismos, en cuerpo y alma, en cosas muy concretas como el matrimonio o en el celibato".
Y hablando a jóvenes holandeses en 1985, un viaje particularmente difícil para Juan Pablo II, comentó que se turbaba cuando se encontraba con jóvenes incapaces de amar verdaderamente. Que reducían todo el sentido de "amar" a un intercambio de placeres entre iguales. Que no veían en la sexualidad una llamada, una invitación a un amor más alto y universal.
