
en la época en que atendía su negocio.
Llegar a Niquivil, en Jáchal, era siempre una fiesta, ya que cada vez que lo hacíamos nos disponíamos a disfrutar de un momento único. Ella siempre nos recibía con una dulce y natural sonrisa. Siempre atenta para compartir sus delicias gastronómicas: Pan, semitas, empanadas, pizzas, sándwich, tabletas…
Cada madrugada, a las 5, se levantaba para darle rienda suelta a su diaria tarea artesanal. Apostó por su pueblo. Construyó una sana costumbre de disfrutar de sus comidas.
Gigantes hornos de barro. Harina de los molinos jachalleros. Manos mágicas para la elaboración.
En cada escapada al norte sanjuanino, la casa de Silvia era parada obligada. No importaba ni la hora ni el clima. Ella siempre ahí, atendiendo con las ganas de quien trabaja con el corazón.
Todos sabíamos que su nombre era Silvia. Pocos sabíamos que su apellido era Alaniz. Mamá orgullosa de su hijo universitario.
Soñadora incansable que en silencio se guardaba el dolor de caprichosos achaques…
Dios la llamó a su lado. Lágrimas de nostalgia y pena rodearon su despedida. El silencio se adueñó del paisaje.
Los hornos dejaron de cocinar. La leña seguirá esperando ser brasa. El aroma de comida casera se retiró con el cortejo. Si hasta los pájaros dejaron de cantar.
¡Ya no será lo mismo Niquivil! Hasta la próxima amasada Silvia.
Por Antonio Nacusi
Periodista. Director de Radio Antena 1.
