Señor director:

Si me permite contar y compartir mis días de reyes, allá hace muchos años, cuando el 6 de enero era y tenía un sabor especial. Cuando ser niño (incluido el regalo de reyes), significaba la inocencia y pureza, que los padres educaban para un futuro, para que cuando nos tocara ser padres, trasmitiéramos a nuestros hijos.

Recuerdo que mis Reyes Magos, y como éramos muchos los que esperábamos (6), nadie quería moverse de la cama de dos plazas de mis padres en su habitación.

Era la noche en que llegaban Melchor, Gaspar y Baltazar. Todos esperábamos que hicieran su aparición, para dejar los regalos que pedimos a través de la "cartita'' enviada y escrita por mi hermana mayor.

La espera se hacía larga y el sueño se apoderaba uno tras otro, aunque nos costara cerrar los ojos. Mis padres, una vez dormidos y sin hacer mucho ruido nos iban dejando en nuestras camas.

Cuando el sueño manda en un niño, ni los galopes de los camellos nos despertaban. La paciencia y el amor de padres, tenían que esperar hasta que el último se durmiera, a veces casi al amanecer. 

La alegría, las risas y el corazón latiendo a mil, nos hacía olvidar que otro año más no pudimos ver a los Reyes Magos. Pero el regalo y al pie de la cama, estaba sobre nuestros zapatos y sabíamos que los Reyes Magos habían estado porque los camellos se habían comido el pasto y bebido el agua.