Juan D. Baldini en Malvinas (el primero a la izquierda). Le tocó defender el Monte Longdon junto al Regimiento 7 de Infantería de La Plata.

¿Qué estaría haciendo yo la noche del 11 de junio de 1982? Por esos días jugaba en un campeonato nocturno, para padres del colegio Fray Mamerto Esquiú. Recuerdo con exactitud que mientras jugábamos, un compañero sintonizaba con una portátil alguna de las radios que tenía corresponsales de guerra en Malvinas. Leyó bien, estábamos jugando al fútbol y de a ratos escuchábamos esa transmisión como si los pibes de Malvinas estuviesen jugando un campeonato y no su vida en una guerra. "¡Vamos ganando!” habíamos leído en un portal de revista y el periodista Gómez Fuentes, entre otros, era el vocero oficial de la victoria. Decía un senador norteamericano que en una guerra, la primera baja es la verdad. Y así fue, nuestra desconexión con la realidad era total. Esa noche y hasta la madrugada del día 12, se libraba la batalla más importante de la guerra de Malvinas, por lo cruenta y estratégica, y la que decidió la suerte de la misma en favor de los ingleses. El monte Longdon, ubicado en las cercanías de Puerto Argentino, era un punto clave por donde la infantería inglesa no debía pasar. Nuestra tropa, hacía guardia desde hacía más de dos meses en ese lugar. A esa altura de junio, aparte de soportar el fuego de ablande que efectuaban tres buques ingleses, tenían que resistir el hambre y el frío. Se esperaba un desembarco, pero el ataque inglés vino sorpresivamente en forma de centenares de paracaídas, que comenzaron la trepada hacia la cima del monte Longdon. Los cubría la oscuridad de la noche y aparte de fusiles, los soldados habían sido provistos de bayonetas, porque la lucha podría ser cuerpo a cuerpo. De solo pensarlo, en la comodidad de este escritorio, se me hiela la sangre. Nuestros soldados eran conscientes de la superioridad de las tropas inglesas. En armas y experiencia militar, y se le venía encima una de sus más reputadas fuerzas: los paracaidistas. Pero no se achicarían y ofrecerían dura y encarnizada lucha. Los soldados allí atrincherados pertenecían al regimiento de Infantería 7 de La Plata y eran en su mayoría correntinos. Desde hacía 72 días dormían de a turnos en los pozos de zorro cavados en el monte, esperando el ataque. A eso de las 22 de aquel 11 de junio, un inglés pisó una mina y el súbito estallido alertó a los argentinos. "¡Scali, ponete el casco que nos están atacando!”, gritó el jefe del primer pelotón de la compañía, Juan Domingo Baldini. Enseguida el cielo se iluminó por las bengalas, el fuego de morteros y la artillería rival, que cubría el avance de los 300 paracaidistas. Scali fue alcanzado por un proyectil y haciendo caso omiso de los enemigos, Baldini dio la espalda y fue a socorrer a su soldado. Una ráfaga lo alcanzó y lo dejó tendido para siempre. "¿Cómo puede ser que estos niños nos causen tantas bajas?” escribiría después un oficial inglés, en su libro "Viaje al infierno", donde rememora esa batalla. Murieron 29 argentinos y 23 ingleses. Los restos del teniente, post mortem, Juan Domingo Baldini, fueron identificados en el mes de noviembre pasado y en su honor, y el de todos los compatriotas combatientes de Malvinas, dedico estas líneas. Que no tienen otro propósito que agitar la memoria y medir la extrema grandeza de aquellos jóvenes héroes quienes, desde el helado silencio de sus cruces blancas, siguen interpelando nuestras mezquindades y pequeñeces, que no nos dejan, pudiendo, ser un país mejor.

Por Orlando Navarro
Periodista