Señor director:

Humanamente, ante una situación de prueba como la que estamos viviendo, es comprensible caer en la tentación de aguar el Evangelio y de creer que Dios nos ha abandonado. No es así. La realidad dolorosa de la persecución, que se ha cumplido en todos los momentos de la historia, nos interpela directamente y nos impulsa a no tener miedo de los que pueden matar el cuerpo, pero nunca el alma. No hay que temer a los que intentan extinguir el poder de la evangelización mediante la arrogancia y la violencia. De hecho, no pueden hacer nada contra el alma, es decir, contra la comunión con Dios. Nadie puede quitársela a los discípulos, porque es un regalo de Dios. El único temor que debe tener el discípulo es el de perder ese don divino, renunciando a vivir según el Evangelio, acomodándose en última instancia a lo que dicta el mundo. Son muchos los que, en nuestro tiempo, sufren por el Evangelio. Son los mártires de nuestros días. Nuestra responsabilidad es conocer bien el martirio que ha acompañado siempre al cristiano, entender por qué su entrega y su sangre son semillas de nuevos cristianos, rezar expresamente por los que hoy siguen siendo perseguidos a causa de su fe, y levantar la voz para que el mundo no les siga ignorando y mirando para otro lado.

José Morales Martín
DNI 71.246.596