En los tiempos que transitamos los argentinos tomamos nota y advertimos que cada día toma mayor vigencia la estatura de la excelsa figura de Domingo Faustino Sarmiento. Esto, a partir del tardío reconocimiento que ha operado con la publicación de novelas, ensayos y demás, que intentan explorar e indagar en la profundidad de su pletórica vida. Alguien quizás puede llegar a interpretar que esta popular adhesión al sanjuanino más grande de todos los tiempos, se debe en gran parte a una moda o bien sea originado en un simple esnobismo de las épocas que corren; pero esa interferencia está muy lejos de la realidad. Lo que ocurre es que la sociedad argentina está ávida de modelos, sólo existen ídolos. Los ejemplos más recientes nos llevan a la conclusión que tienen los pies de barro. Y, precisamente, la sociedad en su conjunto, está inmersa en una profunda crisis, tanto de índole moral como cultural. De ahí que muchos, masivamente, hayan revalorizado a este prócer, porque lo invocan para que desde el bronce se transforme en brújula de los tiempos que vivimos, donde todo lo que se privilegia es el poder, la fama y el dinero obtenido rápidamente.


Con este panorama y con la educación y la cultura devaluados en un punto alarmante, surge un grito que invoca a Sarmiento y que reactualiza su famosa máxima: "Hay que educar al soberano". Sarmiento fue poseedor de una honestidad personal intachable; tenía un temperamento caracterizado como explosivo y su figura permanecerá a través de los tiempos, porque es la herramienta válida para luchar contra la "Barbarie" surgida durante los últimos años a pesar de las campañas que el fundamentalismo reaccionario puso en marcha en su contra para pasarlo al archivo del olvido.


De todas las presidencias históricas, sin dudas, la de Sarmiento ofreció mayor capacidad de respuesta. Orientó sus esfuerzos hacia el desarrollo de la educación pública, la provisión de una colección de literaturas clásicas y nacional a las bibliotecas que él mismo había fundado. De los tantos hechos que agigantan su figura, es la convicción que tenía acerca de la conveniencia para la Argentina, de vincularse en las relaciones económicas, con todas las regiones del mundo, y no con un único mercado. Deberíamos reconocer que hoy nos está faltando un Domingo Faustino Sarmiento, un hombre de carne y hueso que vivió adelantado a su época y que quiso lo mejor para nuestro País. No hay palabras para justipreciar semejante personalidad que nació en un suelo sanjuanino y surcó el territorio de nuestra patria. El mejor homenaje que podríamos tributarle es rememorar las sentidas palabras de otro gran argentino como lo fue Carlos Pellegrini, presente en el acto de inhumación de sus restos cuando afirmó que: "Sarmiento fue el cerebro más potente que haya producido América, y en todo tiempo y en todo lugar hubiera tendido sus alas de cóndor y morado en las alturas".

Por Carlos R. Buscemi
Escritor