Señor director:

Estamos junto a nuestro abuelo Pancho, desandando la San Miguel al Sur. Nos vamos a la finquita que nuestros padres tenían donde topa la Balcarce y donde jugábamos a los indios, como ya conté, entre otras cosas.

Mi abuelo renguea, tiene 75 años y el bastón lo acompaña como un perro fiel. Nos ha pedido que lo acompañemos y no nos ha dicho para qué. Es enero, y aún no están las uvas como para comerlas con pan, que era nuestro entretenimiento predilecto.

Tal vez le tocaba el agua, pero eso lo hacía sin nuestra ayuda, ya que no hacíamos otra cosa que alcanzarle la anchada y la pala, a más de hacerle compañía. Y ahí vamos. Ya nos enteraríamos para qué.


Era un sabio mi abuelo, el padre de mi papá. Al otro abuelo, Pedro Nehín, no lo conocí. Murió antes que yo naciera. Había venido de El Líbano junto a las numerosas corrientes inmigratorias, que llegaron al puerto de Buenos Aires a principios del siglo pasado.
 
Se casó con una angaquera, mi abuela Angela, a la que tampoco conocí, y tuvo varios hijos. Entre ellos, aparte de mi mamá, que era la más chica, mis tíos Nahún, José y Pablo (Pito), que fueron afamados jugadores de Sportivo Desamparados.

Mi abuelo Pancho ya está abriendo los portones de latón de la casa del Sur y entramos. Vamos hasta el galpón y nos alcanza la anchada. De allí a los parrales y nos pide que cortemos pasto.

¿Para qué abuelo? "Usté métale mijito, no pregunte''. Mi abuelo nos trataba de usted, y nosotros igual. Como a nuestros padres.
Mi abuelo nos alcanza una bolsa de arpillera y nos ordena que allí pongamos el pasto. Lo cargamos al hombro y nos dijo que volviéramos a casa.

Llegados al fondo lo descargamos de las bolsas y nos dijo que lo pusiéramos ordenadamente debajo de las parras. Lo hicimos, mientras desde la cancha de Del Bono, nos llegaba claramente la voz del "Yuyo'' Alvarez, anunciando el próximo comienzo de la Semana del Básquet. "Y recuerde, aliente a su favorito sin ofender a su adversario'', decía.

A todo esto, mi abuelo nos indicaba que llenáramos unos baldes con agua, los que pusimos a un costado del pasto. Entonces, arrimó su silla de totora y nos convocó a una reunión.
"¿Quiénes llegan esta noche?'', preguntó.

Los reyes magos, abuelo. "¿Cómo se llaman?'' Melchor, Gaspar y Baltazar. "¿Y en qué vienen?'' En camellos, abuelo. "¿Y ustedes piensan que a los camellos,que deben andar casa por casa, no les va a dar hambre?¿Qué harían ustedes por ellos?''

La vigilia de esa noche fue nerviosa. Reyes, camellos, pasto, agua, juguetes. Era difícil llamar el sueño, que al final vino, no sé en que momento. Al otro día me abracé a la pelota que resplandecía sobre mis zapatos, mientras observaba los restos del pasto, diseminado a lo largo del bajo, en una hilera que iba hasta la vereda. Sólo lamenté no haberlos visto, cosa que me reservé para el 6 de enero siguiente, con el firme propósito de que esa vez el sueño no me vencería.