Señor director:


Como es natural, ninguna objeción cabe hacer a las demostraciones personales de cariño tan habituales que se forjan entre quienes mantienen contacto con los animales. "Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos", llegó a escribir como epitafio a su perro Lord Byron. Pero pienso que esto nada tiene que ver con ese distorsionado desenfoque de la animalidad que rebasa esa óptica íntima y que persigue adulterar la fórmula básica del respeto a las especies para convertirla en otra cosa, casi en una suerte de nuevo mantra, de obligado cumplimiento.


Ninguna concepción ética o jurídica se compromete cuando se sacrifican especies salvajes que ponen en riesgo cierto los centros habitados o vías de transporte. Tampoco en la regulación de sus poblaciones, lo que constituye incluso un deber desde la estricta perspectiva ecológica. Controlarlas no equivale a acabar con ellas.