Unas pocas líneas bastan para alertar al público sobre la desaparición de una persona. La letra es el espejo donde se refleja la desesperación familiar. Pero por debajo de un breve texto flamea un drama surgido a la sombra de las vicisitudes humanas. Las estadísticas señalan que los casos de desapariciones de personas son miles al año. Muchas de ellas, se deben a fugas. Hay registros de las denuncias, pero no de los episodios con un final feliz. Un padre, una madre acuden en busca de sus hijos a la Policía. Pero cuando se logra el reencuentro, el pudor sobre las motivaciones que decidieron la fuga paralizan la voluntad de informar.
Es indispensable tener en cuenta la edad de la persona fugada para tantear las raíces del problema. Según las encuestas, entre los 15 y 16 años la fuga responde a inconducta, se confunde con una ilusión de libertad entre infantil y adolescente.
De 17 a 19 años se trata de discordias familiares, desaveniencias surgidas tanto por problemas sentimentales como estudiantiles o laborales. O bien por un examen mal rendido, un despido, un amor al que la familia se opone.
De los 20 a los 35 años, en que asoman las crisis matrimoniales que van desde la inadaptación de una de las partes hasta las incertidumbres afectivas. También al amparo de las estadísticas, las mujeres protagonizan la mayor parte de las desapariciones, especialmente entre los 14 a 18 años.
La atmósfera familiar puede volverse tensa por un excesivo control de sus progenitores, generando múltiples dosis de inconformismo o desorientación, de rebeldía generacional a adherir a nuevas formas de vida. Pero detrás de estas razones, hay una fundamental: la incomunicación entre padres e hijos. Cuando regresan, sin embargo, son víctimas de una doble derrota: la primera las impulsó a partir, la segunda las impulsó a retornar, un fracaso a dos espejos que no cambia el esquema inicial, principalmente entre las adolescentes. Ellos abandonan un ámbito donde no se sienten comprendidas. Aunque en menor medida, hay episodios protagonizados por mujeres casadas cuyas fugas no siempre se deben a problemas sentimentales, sino estrictamente familiares, por obra de un contexto en el que personas allegadas procuran intervenir en la marcha del nuevo hogar.
De todas maneras, el gran problema en cuanto a la desaparición y fuga de las personas sigue siendo la juventud, en especial las jovencitas, protagonistas de una historia escrita a orillas de la incomprensión, soledad o incomunicación, más aún en la época actual donde la mayoría de los casos terminan trágicamente
