Señor director: 

Aquella mañana, nos habíamos sentado con mi amigo a matar el tiempo con un café. Debíamos esperar a que nos llegara cierto turno, cuando se cruza con un conocido suyo, e intercambian un afectuoso saludo. Hasta aquí todo bien. Vuelve mi amigo a su lugar, me dice quién es y en eso me acuerdo que debo hacer una llamada con mi viejo celular. Digo viejo, porque el modelo es viejo, aunque muy eficaz para lo que yo necesito. Pero sé que llama la atención que no esté modernizado en el uso de la tecnología. En un oleaje rápido de mirada, veo que el amigo de mi amigo está observando justamente ese detalle. Con disgusto, le adivino una mueca burlona. 

Mientras tanto, ya he marcado el número y espero que me atiendan. En eso, el aparato descarga un fuerte e inesperado silbato sobre mi oído. Me sobresaltó y me dejó un zumbido tenaz, aunque pasajero. Lo que no fue pasajero era la risotada de aquel extraño, al que mi percance le causó hilaridad. ¿Qué podía hacer yo, más que mirarlo seriamente y demostrarle que no me había gustado que se mofara de mí? 

El hombre, al notar la firmeza de mi actitud, dejó de sonreír de súbito y volvió a su quehacer. Me quedé "calentito”, sin embargo. Mi amigo también se tentó. Pero no me vino mal, porque para eso es mi amigo y estaba en todo su derecho. Ya lo había hecho con él, aquella vez que tropezó, cayó en la vereda y mientras lo ayudaba, no podía contener la risa. Sin embargo, lo que me dejó con la muela doliendo, fue no saber si para la mofa de ese "nabo”, tendría desquite. Entonces mi amigo, advertido de mi estado de ánimo, se encargó de que yo me repusiera de ese cachetazo gratuito, y a fe que lo consiguió plenamente.

 
"Se cree muy vivo. Pero te cuento una que yo le sé". Y entonces me narró ciertas desventuras amorosas del supuesto "winner”, que yo escuché con malicioso placer. Si eran ciertas, no lo sé, pero mi amigo me concedió el derecho a una rápida venganza, porque ahora era yo quien sonreía, mientras lo miraba fijo a la cara y él, perplejo, no acertaba a interpretar el motivo de mi satisfacción. 

Ese gol del empate, que para mí fue del triunfo, me dejó tranquilo. El pitazo final de la pequeña escaramuza de café, llegó cuando nos anunciaron que era hora de nuestro bendito turno. 

Ahora, usted tiene todo el derecho de pensar que todo esto es una estupidez, pero para matar el tiempo, no hay receta mejor que ponerle humor a las zonceras.