Dejar flores en el cementerio para nuestros seres queridos es un acto de amor. Sin embargo, hay personas que, al parecer, no tienen valores morales. El robo de flores de un nicho o tumba para colocarlas en otras es un común denominador que se da en la mayoría de los camposantos de nuestra provincia. En otros tiempos como en el presente, las flores naturales eran robadas. Ahora, no conforme con eso, se apropian de las flores plásticas para colocarlas en la tumba de otros fallecidos. Se trata de una acción vergonzosa. Estos hechos también se suelen ver en el Cementerio de la Capital, pese a sus buenas medidas de seguridad.


El acto espiritual de colocar flores a los fallecidos muestra respeto, recuerdo y dolor a nuestros seres queridos que ya no están. Y, además, nos sumamos a una disposición de cambiar las flores naturales por las de plástico, por una medida higiénica y saludable. Se trata de evitar que las aguas de los flores entraran en estado de podredumbre y proliferación de mosquitos. Por eso nos sumamos a las nuevas reglas. Pero, siempre el mismo problema que se repite sin descanso. Como que es parte del folclore del accionar del movimiento en sí de esta necrópolis, los robos están a la orden del día. Se roban las flores artificiales, y para colmo, muchas veces rompen o tiran los floreros y jardineras que están en cada tapa de los nichos.


En esta práctica, ni las flores artificiales se salvan. Estos hechos se agravan cada día. Quienes vamos con frecuencia a manifestar nuestro recuerdo a los seres queridos, nos lamentamos y pasamos momentos de angustia y dolor. No podemos hacer nada, porque no sabe a qué nicho o tumba fueron a parar estas flores. El robar algún elemento de una tumba, es considerado "Profanación" con las flores incluidas. Es hollar, despreciar y hasta burlarse del dolor y respeto de los dolientes, que al concurrir al cementerio rinden y acatan el sueño eterno de los que ya no están. Pareciera que todos nosotros, los argentinos, nacemos con el gen hereditario ya incorporado, con el "bichito" de ser propensos a quedarnos con lo ajeno. Desde nuestros gobernantes a un simple ciudadano, este mal pandémico parece no tener cura. No se puede designar a miles de uniformados a un cementerio para cuidar las pertenencia de los muertos, o de los robos, tanto del interior como el que viene de afuera. Sólo queda que prime el respeto y las honestidad de los visitantes y de los que allí trabajan. Profanar tumbas, desde el simple hecho de robar flores, o una placa o floreros, trae muy mala suerte y desgracia para quien lo realiza. Aunque el muerto no nos vea, nuestra conciencia no cierra los ojos.