Señor director: 

Dentro de anécdotas y recuerdos de mis pagos chilenos, allá en la Cuarta Región de Chile, viene a mi memoria una columna motorizada, rompehielos adelantada que hace camino al andar para futuros intercambios comerciales en la región de los valles chilenos. En una fiesta de aniversario de la ex escuela granja diaguitana surge el recuerdo de terrales y zondas en paso internacional. Donde vale testimoniar nombres de pioneros. Y ese toro enamorado de la luna.  

Mirando desde arriba, Punta del Viento, los camiones entoldados lucían tal como una escena de las películas de "Jim de la selva", "Tarzán, el hombre mono", "Las minas del rey Salomón" o alguna expedición por tierras ignotas en busca de leyendas. No lejos, las vaquitas ajenas, que cantara Atahualpa Yupanqui, muy cerca de los ríos Claro y Turbio, para confundirse en un abrazo fraterno y estirarse valle abajo en una sola cosa: el río de los diaguitas chilenos.  

No, no habían elefantes, jirafas o leones en la potrerada convertida en corrales. En el pueblo que recuerda a don Bernardino cruzaban tranquilos lugareños y visitantes viendo las primeras instalaciones eléctricas e intuyendo el cierre del terminal ferroviario Coquimbo a Rivadavia.  

En la capital cultural de la etnia local y mirando los viñedos, Patricio Marín Alvarez recuerda la nota alusiva enviada desde el país hermano: – "Mi amigo, Juan Carlos Sarasqueta, hace 4 ó 5 años atrás me mando un recorte de DIARIO DE CUYO, en donde había un relato (…). Este amigo siempre vibra con lo del valle". Patricio – hijo de Pedro Marín, recordado profesor y director de la escuela que celebró 82 años, aporta otros detalles de la primera pasada, motorizada:  

– "En el cerro ‘Las Tórtolas’ hay un camino que lo hizo el papá de él, después salió lo de Agua Negra" – enfatiza. Ahora, mirando desde cualquier rincón de Chile, sólo cabe rumiar nostalgias por las acciones comerciales que se fueron y amistades fraternales que aún perduran desde los años sesenta y tantos.