Señor director: 


En estos largos vacíos que los años nos permiten, evoco sucesos, acciones y costumbres que sobreviven en mis recuerdos. 


¡Qué largos son los días de una vida! ¡Cuántas cosas olvidadas, tantas ilusiones hoy carentes de sentido!, ¡Cuántos objetos queridos ya en desuso! 


¿Alguien recuerda la pequeña cocina económica donde la mamá preparaba la comida? 


¿Dónde está la plancha a carbón que alisaba nuestros guardapolvos? ¿Quién tiene la tabla de lavar?  


Hace unos día, en mi viejo baúl encontré un rebenque. Solía usarlo papá cuando salía a caballo. No se por qué quedó en mi poder. Enmohecido por el tiempo lo tomé reverente y comencé a limpiarlo; fueron resaltando sus colores, sus dorados remaches, su cabo corto y pesado, el látigo firme y suave. -¿Qué es eso abu?, preguntó mi nieto. Y yo pensé: ¿Para quién lo guardo?. ¿A quién se lo dejaré si ya no tiene sentido, si nadie lo conoce, si nadie lo usa? 


Cuántas cosas cambiaron, cuántas ya no existen. Desaparecieron carentes de utilidad, reemplazadas por lo nuevo, más simple y efectivo. 


Revivo un grupo de niños, hermanos y primos, rodeando la pequeña figura de abuelita que nos relataba sucesos. Nos enseñaba poemas. 


¿Cómo era eso que nos decías... ? los doce meses, las oncemil vírgenes, los diez mandamientos, los nueve meses, los ocho goces...todo eso nos acercaban a la idea de Dios. 


En el atardecer de nuestra vida llegaron las horas de quietud, pero siempre procurando dar lo mejor de nosotros para la felicidad de los demás. Hoy, limitadas nuestras fuerzas por el peso de la vida miramos el pasado y complacidos reconocemos que cumplimos con nuestro rol.