Decir amigo es un término tan grande, que a uno le parece no lo interpreta en totalidad, ni tan siquiera el verso más florido. Digo amigo y es como sentarme en la primera fila del escenario de la vida y ver desfilar en la pantalla rostros, lugares y momentos, que me hacen decir, sin dudarlo, "ése es o fue, mi amigo''. Puedo reír, emocionarme o llorar. No vienen solas esas imágenes, que arrancan desde la casa paterna, se prolongan en las vivencias del barrio primero, la niñez, la adolescencia, y se extienden a lo largo de la vida adulta. Se me dibuja mi viejo, tan eterno y tan fugaz, enseñándonos a amar las cosas que se edifican sobre roca y permanecen inalteradas. "Hoy quiero recordar a mi mejor amigo, el autor de mis días, aunque no esté conmigo'', dice la tonada de Rubilar y Villavicencio, y uno se estremece desde ese arranque. Mi viejo. Mi primer amigo. Veo a mis hermanos, amigos también, a los que recurro aún hoy en la confianza de que me prestarán su oído y con ello un consejo. Como si fuesen una continuación del padre que perdimos. Veo los amigos del barrio primero, con los que establecimos secretas sociedades, para debatir sobre tal o cual vecinita, o en el potrero, buscándonos para progresar en la jugada, o en aquellas travesuras que terminaron en una penitencia que, luego con los años, supimos valorar. Los amigos de la primaria, inolvidables, de la secundaria, más compinches que amigos, con los que establecimos una relación que el tiempo no ha logrado marchitar. Después, en los estribos de la adolescencia, nuevas amistades que me trajeron otros estudios, y el dolor o asombro de las primeras pérdidas. Los arrebató del aula una lucha fratricida que aún hoy no entiendo. O que cuando creo entenderla, me confunde y causa rechazo por la incautación calculada y fría, de la sana voluntad e inteligencia de una juventud de aspiraciones revolucionarias, que se identificaba genuinamente con las luchas por la igualdad y la liberación. Después, la tragedia de ser perseguidos hasta la muerte, por la orden de aniquilamiento de sus mismos reclutadores. Los del servicio militar, amigos del ejercicio en condiciones extremas, de las noches sin dormir, del "baile'' extenuante, del hambre y el sueño, de la añoranza de la familia, la novia. Después, en el trabajo, donde hice amigos inesperados, los que llegaron a ganarse mi amistad con su calidez. Amigos que trajeron la guitarra, el fútbol, el diario, la docencia. Y más cerca en el tiempo, los amigos de mis hijos, que se hicieron mis amigos, y aquel reencuentro casi en tiempo de descuento, con los de la primera edad (foto), que entre asados, vino y canas, me devuelven a la edad en que la vida estaba toda por delante. Y, por último, esos amigos desconocidos que vi desfilar el 9 de julio. Los combatientes de Malvinas, a los que pongo en esa categoría, porque trascienden todo el humanismo que se anida en el corazón, cuando identificamos a alguien que nos hubiese gustado tener como amigo. Se aproxima el 20 de julio. Los tendré en la memoria y brindaré a la salud de todos ellos, especialmente por los que ya no están.