Señor director:


Pienso en cuán equivocados hemos estado los humanos al creer que alguien era inteligente por tener gran capacidad para resolver ecuaciones, problemas de reglas de tres simples, memoria para recordar todo o contar con títulos académicos. En la escuela nos enseñaron eso y no a cómo enfrentar situaciones difíciles de la vida, a liderar las emociones, a entender que el otro es otro y no como yo quiero que sea. En mis tiempos de niño y adolescente se ponía el rótulo de inteligente a quien tenía un promedio de 10, 9 u 8 en la escuela. Y las maestras se lo hacían saber a los estudiantes. La nota sobresaliente en una etapa de la vida escolar no asegura un futuro promisorio a las personas. Hay quienes nunca fueron excelentes alumnos y hoy son personas ejemplares en cada acto de la vida. Tenemos que reconocer que los contenidos académicos de décadas pasadas estuvieron orientados al saber y no tanto al ser, a ser mejores personas, a pensar más en el prójimo.