La solidaridad es expresión del corazón sano, que no se deja atrapar por la avaricia. Consiste en compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad. 

Hay que ser conscientes que hay países donde, en las últimas décadas, se ha producido un importante aumento del bienestar por lo que muchas familias han alcanzado un estado de vida seguro. Este es un resultado positivo debido a la iniciativa privada y a leyes que han apoyado el crecimiento económico articulado con un incentivo concreto a las políticas familiares y a la responsabilidad social. 

Desde el nuevo Testamento, se puede observar que el apóstol San Pablo no quiere obligar a los nuevos bautizados forzándolos a una obra de caridad. De hecho, escribe: "Esta no es una orden" (2 Co 8,8); más bien, pretende "manifestar la sinceridad" de su amor en la atención y solicitud por los pobres. Como fundamento del pedido de Pablo está ciertamente la necesidad de una ayuda concreta, pero su intención va más allá. Él invita a realizar una colecta para que sea un signo del amor, tal como lo ha testimoniado el mismo Jesús. En definitiva, la generosidad hacia los pobres encuentra su motivación más fuerte en la elección del Hijo de Dios que quiso hacerse pobre. 

Frente a los pobres no se necesita la retórica

Frente a los pobres no se necesita la retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en otros. A veces, puede prevalecer una forma de relajación, lo que conduce a comportamientos que no dicen nada, como la indiferencia hacia los pobres. Sucede también que algunos cristianos, por un excesivo apego al dinero, se empantanan en el mal uso de los bienes. El dinero posee un afán reproductor, y con frecuencia quiere más y no se contenta con lo que es: sólo un medio. Quiere ser fin en sí mismo. 

El problema no es el dinero en sí, porque este forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales. Más bien, lo que debemos ver es el valor que tiene el dinero para nosotros: no puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal. Tal apego impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo ver las necesidades de los demás. Nada más dañino le puede suceder a un cristiano y a una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza, que termina encadenando a una visión de la vida poco feliz.

Es necesario esforzarse 

No se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres. Es necesario hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo. Por eso, "nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Esta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social" (Francisco, Evangelii gaudium, 201). 

San Juan Crisóstomo, en los primeros tiempos del cristianismo, escribió: "Si no puedes creer que la pobreza te enriquece, piensa en tu Señor y deja de dudar de esto. Si Él no hubiera sido pobre, tú no serías rico".

Aprender a valorar

Urge encontrar nuevos caminos que puedan ir más allá de aquellas políticas sociales pensadas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres. El mensaje de Jesús nos hace descubrir que hay una pobreza que humilla y explota, y hay otra pobreza, en cambio, como la elegida por Jesús, que nos libera y nos hace felices al compartir. La misma tarea educativa ha de enseñarnos a asumir lo injusto que es la cultura del descarte, porque deja sin futuro. Aprendamos a valorar a cada uno en su tarea diaria, con salarios justos y sin esclavitud. Educar en la solidaridad forjará un mañana con sol.

 

Por Pbro. Dr. José Juan García 
Vicerrector Universidad Católica de Cuyo (UCCuyo)