Un padre al lado de la tumba de su hijo escuchando el partido de su equipo.

 

Me quedé pegado a esa imagen, que alguien subió a las redes, y sentí la necesidad de escribir sobre ella. Al verla me estremecí. En ella se veía a un hombre medianamente joven, apretando a su oído un receptor. Se percibió claramente que seguía el trámite de un partido de fútbol. Lo que metió la escena en aquel lugar recóndito de mi corazón, es que ese hombre se hallaba en el cementerio, frente a la tumba de su hijo. ¡Cómo no conmoverse!

La información ubica esa escena en Tucumán, y ese padre estaba siguiendo por radio la campaña de San Martín, de esa provincia, que tiene grandes posibilidades de volver a Primera. Su hijo, había perecido tres años atrás en un accidente automovilístico viniendo de Sunchales, donde había ido, por entonces con 19 años, a ver a su querido San Martín. Fallecieron él y sus tres compañeros de viaje y también jóvenes.

El sol era inclemente en esa tarde de domingo, pero el hombre, cuál si estuviese en una tribuna, se apretaba al relato y a la compañía de su hijo, para cinchar sin importarle el calor. Revivía la relación estrecha que existe entre fútbol, padre e hijo. Uno de los mayores orgullos del progenitor es llevar a su hijo a la cancha, y enseñarle de chiquito a amar esos colores que son su pasión. Y uno de los recuerdos que más apretujamos los hijos, es "aquélla vez que mi viejo me llevó a la cancha”, que uno a la distancia agradece, y se embriaga de ese recuerdo que no olvidará nunca. El hijo y la pelota. El hijo y la camiseta de "mi” club. Postales de un pasado que nadie podrá sacar del lugar de privilegio que le damos en nuestro corazón.

La pelota, el primer regalo que recibimos apenas empezamos a caminar. Y el viejo que nos la larga para "ver cómo le pegás”, lo mismo que hacemos después con nuestros hijos. Luego, acompañamos su crecimiento. Que juegue donde le guste. Pero que juegue. No tuve mayor tranquilidad, y hasta cierto orgullo, cuando mis hijos me decían que se iban a jugar a la pelota.

Entre esos lazos de amor filial, y de amor a la pelota y a una camiseta, se mezcla la sensación "ultra” que se siente cuando el viejo nos llevaba a la cancha. Como ahora, cuando las cámaras de televisión enfocan las tribunas, y miro la cara de íntima satisfacción y alegría de los padres, cuando descubren el rostro de su vástago que entusiasmado grita un gol, o acompaña los cánticos. Eso es el fútbol. Eso produce la bendita pelota.

Por eso me atrapó la imagen de ese padre, que se fue hasta donde descansa su hijo para compartir la suerte de su equipo, que al final ganó en Mendoza. Como cuando lo llevaba de chico a sufrir desde algún escalón. Una manera, tal vez, de sentirlo vivo, cerca, viviendo su misma pasión. Aunque nunca nadie, salvo el que pasó por lo mismo, podrá interpretar a fondo lo que sentía aquel padre, en esa tarde de domingo tucumana. Sólo muere quien es olvidado.

Por Orlando Navarro
Periodista