
El tango y el vino son dos amigos inseparables. Amistad que viene desde mediados del siglo XIX, cuando el único vino que se tomaba era el de los españoles, el "carlón". El tango, por su parte, comenzaba a tomar forma a partir de su mezcla con las viejas habaneras, que introdujeron por aquellos años los inmigrantes de raza negra. Javier Barreiro en sus estudios sobre orígenes del tango dice que "el influjo y aleación del candombe con las habaneras, danza llegada desde Cuba, y las que se bailaban por entonces en Buenos Aires, va a promover un nuevo tipo de baile, más rítmico y procaz, que se asienta en prostíbulos y suburbios". Había nacido el tango. Este ganó el favor de los porteños y los primeros grandes autores comenzaron a mechar sus letras con el alcohol. El protagonista necesitaba del espíritu del vino para olvidar, recordar, ponerse alegre, triste, o simplemente, para encurdelarse. Hay una situación particular, que resulta conmovedoramente íntima y subyugante. Es cuando la pareja se invita mutuamente a tomar, para enroscarse en el alcohol y observar la realidad con la cabeza dando vueltas. "Los mareados" es un hito magistral en este sentido. "Rara como encendida, te vi bebiendo, linda y fatal" y en la conciencia de la despedida inevitable, él le dice un verso memorable: "Hoy vas a entrar en mi pasado". ¡Grande, Cadícamo! En "Nuestro balance", de Chico Novarro, el hombre invita, "sentémonos un rato en este bar, a conversar serenamente. Hagamos un balance del pasado, como socios arruinados, sin rencor". Beber, para el inventario póstumo del que ha quebrado, y baja la persiana de ese amor. Pero entra también al bar el hombre que sólo toma por tomar. Porque le gusta el escabio, "de puro curda". Sin provocar ni obligar. "Tu copa es ésta y la llenaste. Bebamos juntos viejo amigo", dice ella en "Por la vuelta". En esa historia había pasado "justo un año desde que nos separamos sin un llanto, ninguna escena, ningún daño, simplemente fue un adiós inteligente de los dos". Nada que agregar a un epílogo sin reproches, inteligente como dice su letra. Toma, también, el hombre triste. Abandonado de la vida. Bebe porque le falta ella, el aire y la luz. "Dicen mis amigos que mi vino es triste", de Romero y D’Arienzo. Finalmente, una visión existencialista y profunda de la vida exhibe Cátulo Castillo en "La última curda" con la imponente frase "ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda". ¿De qué nube resplandecida toman estos poetas esos giros, que se elevan triunfales, desde el suelo contaminado que habitamos los mortales? Tango, vino, champán, caña, mujeres, amores furtivos, amores terminados, fracasos y la noche, esperando que se embriague en ella, el hombre cansado de perder y no esperar nada de la vida o dispuesto a reírse de esa herida absurda, que lo tiene "desorientado y sin saber que trole hay que tomar, para seguir".
Por Orlando Navarro
Periodista
Rodolfo Crubellier
Ilustración
