A casi un año de la desaparición del ARA San Juan, surge del corazón un reconocimiento a los tripulantes argentinos que desaparecieron en las profundidades del mar. 


Todo me lleva a una mañana luminosa, con marinos plenos de alegría, ya preparados para zarpar. Vislumbro rostros que dejan a padres, hermanos, esposa, hijos, amigos y el gran submarino que los acoge para que pudieran partir airosos y confiados a cumplir la misión encomendada.


Pero el infortunio arrebató sus vidas y la gran mole de acero se convirtió en una aterradora ostra que guardó para sí las 44 perlas más preciosas, que con gran dolor llevamos en nuestro corazón. 


A partir de aquel trágico momento, la incertidumbre, la angustia, el dolor indescriptible, invadió el corazón y el alma de sus familiares..., de nosotros y del mundo entero.