El grupo de amigos que formó el Escovi dejó un tendal de anécdotas, que son de alegre recordación entre los que hoy seguimos con la costumbre de juntarnos a rumiar recuerdos y, por qué no, a tejer proyectos para el futuro de la Esquina Colorada. En tiempos de los setenta, el "Coco" Fernández, que como dije ejercía la presidencia de Del Bono, convocó a algunos muchachos para que lo acompañaran a la Capital Federal, por un tema vinculado a un micro de su propiedad. Irían en el mismo y se anotaron uno seis que estaban dispuestos a esa aventura.
El tema de comidas y bebidas estuvo a cargo, cuándo no, del "Pinda", siempre habilidoso en el arte culinario. Cuando subieron al micro, se encontraron con que el pasillo estaba en parte ocupado por fuentes con comida y damajuanas de vino. Todavía no pasaban el puente de Caucete, cuando el "Pinda" comenzó a ofrecer milanesas y huevos duros. "Por probar nomás" le aceptaron, primero tímidamente, aunque a medida que pasaron los kilómetros se fue agudizando el consumo. El vino comenzó a progresar también entre los viajeros y hasta hubo uno que le ofreció al chofer, de nombre Miguel, que había sido contratado por el Coco y no pertenecía al grupo. "No, por favor. No puedo beber", fue su respuesta.
Llegada la noche, estaban atravesando la provincia de San Luis y cundía la alegría y las bromas entre los muchachos, como es común en estos casos. El "Pinda" porfiaba ante el chofer para que le aceptara un trago. "Bueno. Pero un poquito, nada más". Después ese "poquito" fue medio vasito, luego un vasito entero y otro y otro. Unas horas después, el chofer era uno más del grupo, y hasta cantaba una milonga rea, con voz pastosa.
Los muchachos vieron, al amanecer, que el inefable "Pinda" manejaba con presteza el micro y se abandonaron alegremente a su suerte. Planeaban al llegar a Buenos Aires visitar al Sohar González, uno de los fundadores del Escovi, quien cumplía destino en la unidad militar Cuerpo Patricios, de Palermo. Ingresaron por Avenida Pavón y a esa hora temprana el tránsito era enloquecedor. Sin embargo, mi hermano Edgardo arriesgó, al ver un auto entre los muchos que venían por la otra mano de la gran avenida, "¡miren, ahí va el Sohar!". Todos lanzaron una carcajada porque era imposible que en medio de tanto ajetreo, el "Negro" distinguiera justamente a quien iban a buscar en otro punto de la ciudad. Lo describía de camisa celeste y en un Fiat rojo, pero ni aun así le creían. No obstante, cuando llegaron, les avisaron que Sohar no estaba y tuvieron que esperarlo. Al rato, llegó y comprobaron que Edgardo había estado en lo cierto.
Fueron a hospedarse a un hotel cerca del Congreso y de entrada nomás el "Pinda" se ganó la confianza del conserje, quien los autorizó a que comieran en las habitaciones. Después de una visita al puerto, el "Pinda" vio que asaban pollos al spiedo en un restaurant cercano y se bajó a comprar. Mi hermano se había quedado en la habitación pues decía que lo afectaba una jaqueca. Con una toalla húmeda en la cabeza, permanecía acostado, con la compañía del "Pico" Quiroga. Cuando llegó el "Pinda" con los pollos, los dejó en una mesita, justo frente al "Negro". Bajó a comprar pan y mientras fue y vino, entre mi hermano, que olvidó su malestar, y el "Pico", se comieron los pollos. Cuando el "Pinda" llegó y se encontró solo con los huesitos, armó tal alboroto, que aún hoy no hace otra cosa que despertar hilaridad, entre los que escuchamos estas divertidas anécdotas.
Le debo esta narración al Guido González, quien la cuenta con una calidad que me es difícil igualar aquí.
