La charla entre amigos en una mesa de café tratando temas difíciles del ser humano.

Me encontré con mi inefable amigo y filósofo Juan de la Calle, al que le gusta poner su mente en modo libre, y divagar sobre diversos asuntos que hacen a la condición humana. Me gusta escucharlo.

"De las cosas que no deseo me ocurran – me decía -, de esas que, quisiera,,estén siempre,lejos de mí. De esas cosas, lo que más temo, es la decrepitud, cara triste del hombre quebrantado”. Bueno, me dije, hoy tiene ganas de meterse en temas nada simples. "Algún día seré viejo. Recorrerán mi piel los vientos ásperos y pretéritos de la lejanía. Como venidos de donde el horizonte termina. Mis memorias, sólo guardarán recuerdos antiguos, y el presente será solo un instante del que me olvidaré pronto. Mis músculos preferirán siempre la quietud. Mis sienes, serán flancos encanecidos de una pulcra calvicie. Luego, amenazante, la decrepitud, ese "dolor de ya no ser”, alcanzará su portento gris, cuando no sepa reconocerla”. Ordenamos un café. La charla ya me había atrapado. "Cuando quiera que los demás crean que soy el mismo. Que los años no han pasado, que siempre puedo más, que estoy a salvo de las leyes declinantes de los mortales. Ese día estaré perdido. Si la decrepitud tiene grados, ésa, la no reconocida, la no asumida, es la que más temo. Algo muy parecido a lo ridículo, a lo patético, que a toda edad es insoportable”.

No me animaba a meter un bocado. Mi amigo estaba como envuelto en un haz de luz que le permitía hablar con claridad. Sabiamente. "Pero mucho más, aún, si se la exhibe detrás de canas, arrugado, peor, a través de la sonrisa rígida de un estiramiento. No, ese hombre no. Expuesto a la risa, a la lástima, sobre todo de los mediocres, que se solazan al comprobar que te vencieron los años, y caíste en la telaraña que a ellos atrapa, de alturas ínfimas. Quisiera tener un cachito de lucidez, para darme cuenta y aceptar, a su momento, que llegó la vejez”. "Entonces seré feliz y dejaré que me lleven de la mano, que me ayuden a comer, vestirme o leer. Y más feliz, aún, si todo esto lo puedo solo. Entonces habré aceptado. Y me veré renovado en la piel rojiza y tersa de mis nietos, y los hijos de mis nietos”.

"Seré como el río, que siempre supo su destino de convertirse en mar. Que nunca detuvo su marcha, a pesar de los tropiezos en su cauce. Algunas veces enérgico, torrentoso. En otras calmo y amigable. Al final de su recorrido, sin fuerzas casi, se mezclará, pequeño, entre las inmensidades del mar. Y habrá dejado de ser río, sin dramas, sin miedos. Entregado sabiamente al de curso de lo natural”.

"Así lo veo yo, amigo mío. Pero no te preocupes. El futuro, al fin de cuentas, es una incógnita. No sabes cuándo ni cómo llegará, si es que llega. Así que vive el presente y empieza por levantar esta cuenta, que yo me voy”. Se fue y a mí, como es el dicho, me dejó pagando. Y meditando.