Señor director:
Días atrás, mientras caminaba por el fondo de mi casa, escuché el típico sonido de zumbido de abejas. Miré hacia arriba esperando verlas en la copa de un añoso olivo que hay allí. Sin embargo, no era en ese lugar que estaban revoloteando, sino cerca del suelo, tratando de entrar por un agujero al tronco del árbol. Había decenas de ellas. Aparentemente, el espacio que este ofrecía para la colonia no era muy grande, por lo que las abejas comenzaron a alejarse y a volar a más altura, lo cual no dejaba de ser igualmente amenazante. Aproveché ese alejamiento para bloquear el agujero con un trapo de piso. Luego me fui al interior de la casa. Una hora después, siendo ya el mediodía, pude observar que las abejas se habían posado en una rama de la planta de rosa china, formando un apiñado racimo de aproximadamente 40 centímetros de largo. Fue entonces que decidí pedir ayuda.
Llamé a la Secretaría de Medio Ambiente. Allí me sugirieron contactarme con el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, quienes me facilitaron los números de celular de dos apicultores sanjuaninos. Uno de ellos, Daniel Vergara, quien vino a casa al caer la tarde, que es el mejor momento para recoger todo el enjambre. Esto es así porque a esa hora, en palabras del apicultor, ya han vuelto todas las abejas exploradoras que traen información acerca de posibles lugares para asentarse y construir su colmena. El experto aplicó sus conocimientos y metodología, que incluía el uso del humo como herramienta principal, recogió el enjambre sin dañar las abejas y se lo llevó, no sin antes prometer que pronto me obsequiaría un frasco de miel.
