El reciente acuerdo alcanzado entre Argentina y Estados Unidos marca un punto de inflexión para nuestra inserción internacional. No se trata solo de una mejora técnica en materia arancelaria o de certificaciones: es una señal política y económica que reposiciona a nuestro país en un escenario global altamente competitivo. Y, sobre todo, es una ventana de oportunidad que debemos aprovechar con inteligencia y velocidad.
En primer lugar, este entendimiento nos coloca en una posición de privilegio frente a otros países de la región. Mientras economías de gran tamaño, como Brasil, enfrentan hoy barreras más altas para ingresar productos al mercado estadounidense, Argentina accede a un tratamiento diferencial que mejora nuestra competitividad y fortalece la percepción internacional sobre nuestro potencial exportador. Cuando el mundo vuelve a mirar a un país con interés, también aparecen inversiones, empleo y nuevas cadenas de valor.
Uno de los sectores que podría verse directamente beneficiado es el agroexportador, particularmente la carne. Una reducción de aranceles o el acceso mejorado a este mercado inevitablemente reconfigura proveedores y genera nuevas oportunidades para los productores argentinos. Las exportaciones, además, no solo impactan en las empresas del rubro: generan divisas, impulsan la actividad interna y multiplican empleo indirecto en toda la cadena logística, un sector que conozco de cerca.
También hay rubros que ya venían mostrando un buen desempeño -como miel y vinos- y que ahora tienen la posibilidad de consolidarse y crecer. El acuerdo incluye simplificación de certificaciones y trámites, un tema clave para cualquier operador que busca eficiencia y previsibilidad. Cuando el comercio exterior se vuelve más simple, la competitividad mejora.
