Con la celebración de la Misa del domingo pasado, el Papa Francisco abrió la III Asamblea General Extraordinaria sobre "Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”. La homilía del Pontífice fue la de un verdadero pastor: breve, concisa en su contenido, pero profunda en cada una de sus palabras. Fue un llamado de atención a los obispos y sacerdotes de la Iglesia, a quienes advirtió que pueden convertirse en "labradores que se apoderan de la viña que es la Iglesia. Por su codicia y soberbia, quieren disponer de ella como quieran, quitando así a Dios la posibilidad de realizar su sueño sobre el pueblo que ha elegido’. Y más fuerte aún: "la tentación de la codicia y el poder de los pastores, está siempre latente. Y para satisfacer esa codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas, fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo. El sueño de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos’. No faltan algunos sectores de la Iglesia que no sólo se desinteresan de los problemas concretos de las personas, sino que incluso se muestran contrarios al pensamiento de Francisco.
Un grupo de cinco cardenales conservadores acaba de publicar un reciente libro titulado "Permanecer en la verdad de Cristo. Matrimonio y comunión en la Iglesia Católica”. Allí atacan la posición más aperturista del cardenal alemán Walter Kasper, quien sin negar la indisolubilidad del matrimonio, se muestra partidario a estudiar la posibilidad que los divorciados y vueltos a casar puedan comulgar. El Papa pidió hablar con coraje y escuchar con humildad. Los Padres sinodales parecen haber comprendido el mensaje, porque en la segunda y tercera reunión general del Sínodo algunos obispos han considerado fundamental poner el acento "sobre los elementos positivos” en las "uniones de hecho en las que se convive con fidelidad y amor, en las que hay elementos de santificación y de verdad”. Al decir del P. Adolfo Nicolás, superior general de los jesuitas: "Puede haber más amor cristiano en una unión canónicamente irregular que en una pareja casada por la Iglesia”. Seguro que no pocos se escandalizarán por estas afirmaciones. Son esos fariseos a los que se refería el Papa en su homilía del domingo pasado. Frente "a las ideologías contrarias a la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia”, los obispos subrayan que "la Iglesia debe proteger y preparar mejor a sus fieles’, y presentar la doctrina "no como un elenco de prohibiciones, sino haciéndola cercana a los fieles, así como hacía Jesús”. En el boletín de prensa que sintetiza el debate general de los trabajos sinodales, llega un llamado de atención para mirar al mundo como lo hizo el Concilio Vaticano II y "entrar en diálogo con el mundo”, para entablar "una apertura crítica pero sincera, porque si la Iglesia no escucha al mundo, el mundo no escuchará a la Iglesia”. En cuanto a la recepción de la comunión por parte de los divorciados vueltos a casar, se ha reafirmado lo que Francisco escribió en su Exhortación apostólica "Evangelii gaudium”: la Eucaristía "no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”. Pareciera que algunos no han entendido lo que el magisterio pontificio destaca: "A menudo no pocos se comportan como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana. Es la casa donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”. A los divorciados y a las parejas en dificultades, dice el boletín de prensa, "la Iglesia no debe presentar un juicio sino la verdad con una mirada de comprensión”. En el aula sinodal se ha insistido que la "medicina” de la misericordia brinda acogida, curación y sostén, porque las familias que sufren no buscan retórica sino sentirse recibidos cordialmente y amados. La Iglesia debe aprender a ser "magnética”: trabajando por atracción, no por exclusión. El presidente de la Conferencia Episcopal alemana, el cardenal Reinhard Marx, ha anunciado la adhesión de los obispos alemanes a la propuesta de Kasper para la admisión, bajo algunas condiciones, de los divorciados que nuevamente se han casado. Convendría que todos en la Iglesia meditaran las palabras de mons. Bruno Forte, arzobispo de Chieti y secretario general del Sínodo, al subrayar que al principio del Concilio Vaticano II, Juan XXIII dijo: este Concilio será pastoral, y después añadió que hay que salvar las almas. Lo mismo vale para el Sínodo. No quiere decir que los aspectos doctrinales sean ignorados, sino que no son un caballo de batalla sobre el que hay que insistir en todo momento. Si hacemos un Sínodo, debemos hacerlo también con un enfoque de "ternura”, porque hablar abstractamente sobre los divorciados que se han vuelto a casar puede ser fácil, pero hay a veces mucho sufrimiento detrás. "Si encuentras a estas personas, comprendes sus sufrimientos, entonces se necesita ternura y misericordia al decir la doctrina”.
(*) Escritor italiano.