En el lapso que media entre la concepción y el alumbramiento, una mujer se convierte en laboratorio de vida, "invento” de la naturaleza para conservación de la especie humana: Se está "fabricando” un ser en el seno materno. Tamaño privilegio femenino…

Al momento de nacer un niño, toma identidad propia; es una nueva criatura desvalida que entra en el mundo inextricable del hombre, pero por eso, y para eso, allí está la madre protectora, por propensión dispuesta a cumplir ese papel, que ha de precisarlo con su absoluta entrega. La enseñanza que una madre da a su hijo desde que aquel nace, es tan primordial como el calor de la primavera para despertar a la naturaleza. Si la madre consigue modelar un hijo íntegro y cabal, podrá, andando el tiempo, tener la seguridad de haber entregado a la sociedad, el mejor logrado producto de sí misma.

En la forja de nuestra vida, somos producto de todo aquello que nos incide, incluida nuestra conciencia como conocimiento reflexivo de las cosas; un producto elaborado en base a muy diferentes elementos constitutivos, que abarcan desde el espíritu, la mente, y el complejo cerebral discerniente, hasta el medio íntimo de vida, colegido con el medio ambiental en desarrollo de la personalidad.

Si equivocamos el rumbo de vivencia por no haber recibido la correcta indicación orientadora, la responsabilidad -sin ser atribuida pero sí endilgada- en principio alcanza a la madre, por ser la primera modeladora, el origen básico de la educación en el niño.

Por el encauzamiento hacia el universalismo que existe en el hombre, por esa concreción que aglutina e iguala el proceder humano, todas las madres, unas y otras, estas o aquellas, en sus distintos modos de educar están fraguando constantemente la consistencia social de la humanidad. Y tan "simple”.

Una madre se vuelca hacia su hijo cuando sigue su innata vocación y su natural instinto, entendidos como voluntad, entrega, y un deber hecho obligación; está en ello una irremplazable manera de transmitirle capacidad de acción y de defensa contra la fría realidad que lo envolverá luego.

Tal es, en una mirada relámpago, la atingente actitud de ser madre en el mundo de hoy, y en el de siempre: Llevar el rol principal protagónico, en las escenas de la vida que se configuran desde su dar a luz, hasta que el hijo "escapa” de su lado, lanzándose a su propio vuelo, sustentado por las seguras alas que su progenitora hizo crecer en él.

(*) Escritor.