El Muro de Berlín, símbolo del poder opresor del comunismo, fue derribado por la fuerza de la libertad, sin la cual es imposible vivir como personas y como sociedad. Esa ciudad, que desde 1948-1949 soportaba el bloqueo soviético, se había transformado en el símbolo de la Guerra Fría. Enclavada en la denominada "democracia popular" de la República Democrática Alemana (RDA), la ex capital del Reich era una base del espionaje y de la propaganda antisoviética. Su forma de vida occidental, opulenta y desprejuiciada, fascinaba a decenas de miles de alemanes orientales que iban cada día a trabajar a la ciudad, rápidamente reconstruida sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial.

Por esa razón, el poder comunista decidió levantar ese "muro de la vergüenza" en el corazón de la ciudad, materializando la opresión del totalitarismo post estalinista. Visto desde una perspectiva aún mayor, el 9 de noviembre de 1989 cerró la secuencia histórica abierta en 1917 con la revolución de octubre en Rusia. Ese día también quedaron desmentidas la mayoría de las previsiones y augurios que dominaron los años 70 y 80. Para dirigentes occidentales, intelectuales y especialistas en geopolítica, se podía salir de las dictaduras de derecha pero las dictaduras llamadas "de izquierda" eran consideradas como indestructibles.

En noviembre de 1989, Erich Honecker, el último líder de la RDA y autoridad del régimen alemán oriental vacilaba. Era el hombre que había aplaudido la masacre de Tiananmen, pero que fue destituido por sus pares en un intento por salvar las pocas piedras de la utopía comunista que aún permanecían en pie. El 4 de noviembre, en Alexanderplatz, cerca de un millón de manifestantes exigían la libertad de viajar. Ese 9 de noviembre, después de un plenario del comité central del SED (Partido Socialista Unificado de Alemania), Günter Schabowski, miembro del buró político, anunció la adopción de un reglamento que permitía a todo ciudadano dejar la RDA por cualquier puesto fronterizo, incluso por Berlín Oeste. La noticia se propagó como un reguero de pólvora.

Actualmente no queda nada de esa siniestra construcción de 43.100 metros de largo que dividió a Berlín durante 28 años, como para indicar y buscar comprender que la civilización requiere la construcción de puentes que unan y no de muros que dividan.