
Hace varios años recordé en este mismo espacio de DIARIO DE CUYO que la muerte del histórico gremialista José Ignacio Rucci no se ha terminado de investigar, para castigar a los asesinos como mande la Justicia. Casi una década después, y a 45 años del suceso, seguimos igual. Varios de los responsables, pertenecientes a la organización Montoneros, han ocupado cargos en el gobierno de la última década o siguen viviendo en el extranjero, sin que se les haya caído nunca la cara de vergüenza. Fue el 25 de septiembre de 1973, apenas dos días después del indiscutido triunfo del general Juan Perón como presidente de la Nación, por tercera vez. Veníamos del gobierno de Héctor Cámpora y la interinidad de Raúl Lastiri. O sea era un estado en democracia, acorralado por la violencia de quienes no querían aceptar que la dictadura había terminado, y que actuaban así por razones de simple enfrentamiento entre la derecha e izquierda del mismo partido gobernante. Para Perón, con ese crimen, le habían "cortado los pies". Estas acciones de aquellos violentos, provocarían el nacimiento de otra violencia, exactamente enfrente, pero con el agregado más que repudiable que venía desde el mismo Estado, la Triple "A". Así, para certificar el enfrentamiento con su líder, los montoneros inventaron el "Operativo Traviata" con el fin de eliminar a la mano derecha del nuevo presidente. Para algunos fue un crimen "distinto" al cometido contra el padre Carlos Mujica, brillante defensor de las causas sociales justas, casi ocho meses después, el 11 de mayo de 1974, bajo otro gobierno democrático, el de Isabel Perón, y ordenado por el tenebroso José López Rega, desde la citada Triple A. Pero la violencia y los muertos eran los mismos.
Cuando los jefes montoneros se pusieron de acuerdo para acabar con Rucci, de lo que se regodearon públicamente según reconocen distintas publicaciones, y de lo que Perón quedó herido hasta su final, se cumplía el objetivo montonero de desafiar a su propio líder, para demostrarle que no tenía más salida que "negociar” con ellos.
Negociar entre Perón y Montoneros significaba para el flamante y anciano presidente sentarse con personajes como "Pepe”, el "Negro”, "Nicolás” (nombre legal de Fernando Vaca Narvaja), "Marquitos” (Marcos Osatinsky), y con "apoyos" que se agregaron luego.
Rucci había trabajado sin descanso para que el líder justicialista volviera al país, como también lo habían hecho los Montoneros, con otros medios, enfrentándose a las dictaduras, desde 1955. Es que, tras el golpe de Lonardi, Aramburu y Rojas, nació la Juventud Peronista, que llegó a sufrir numerosas bajas y presos en su haber, pero sin tener en cuenta que ahora, el mismo Perón, su adalid, era el presidente. Demostraron que para ellos, la violencia criminal seguía siendo "necesaria", algo contra lo que se expresó en varios de sus discursos Perón luego de su regreso definitivo y durante su corta tercera presidencia, como lo expreso en mi libro citado al pie de firma. Hoy, son muchos los que se olvidan de Rucci, porque su crimen, y los de centenares como él, no figuraron en la agenda oficial nacional de ninguno de los gobiernos que se sucedieron hasta hoy. Por ello, ya es hora de sincerarse con la historia real para que las nuevas generaciones conozcan toda la verdad, así como sí conocemos la barbarie sin límites que se apoderó del país a partir del 24 de marzo de 1976, y que la Justicia desde el mismo día de la recuperación de la democracia, en octubre de 1983, ha sabido actuar bajo la Constitución, para finalmente condenar a los responsables, la inmensa mayoría militares.
Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista. Autor de "Perón-Frondizi, la conversación”.
