Ha cerrado los ojos, solamente eso. Desde esa mansedumbre ha de seguir soñando. Hay seres para quienes la muerte es un tránsito hacia la luz. Sólo se muere con todo el rigor, cuando no ha sido posible dejar ninguna señal en la vida. Esta mujer nos ha mirado a todos durante su primera estadía, dando a las cosas su lugar debido; su mirada nos ha comprendido: supo dónde habita la inocencia y dónde el villano; cuándo el día prepara alegrías y cuándo auspicia ruinas. Por eso, porque entendía el libreto de vivir, compuso sinfonías para niños y rondas para mayores.

Fue María Elena una gran poetisa, a la par de la sabiduría de sus canciones. Una vez escribió, con una filosofía que le era propia: "Sólo quiero tu casa de ternura, vivir en su calor. Eres el mar y la orilla segura porque el único viaje es el amor".

Por allá por los setenta grabamos su zamba "Las estatuas", que comenzaba con una estrofa que decía: "Cuando llueve me dan no sé qué las estatuas: nunca pueden pasear en pareja con paraguas". Sólo una sensibilidad casi infinita puede descubrir en las estatuas la pena de la parálisis, la ilusión del romance detenido por la sentencia de la muerte y la soledad que pueden reflejar en nuestro corazón a pesar de las historias por las cuales son monumentos y ejemplos.

En épocas de sangre y desencuentros, junto a sus bellísimas canciones para niños, dejó su impronta fundamental con un tema para mayores, "La Cigarra", con el cual enfrentó a su modo a la dictadura militar, con armas que el enemigo no conocía, estableciendo un grito de resucitación y esperanza desde el pozo de las necedades y la crueldad: "Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando...".

Pocas voces en el mundo pudieron expresar el poema y la canción infantil como ella lo hizo. Fueron obras maestras del ingenio y la profundidad, como un niño merece; una mirada de sabiduría en un universo creativo generalmente signado por lo superficial. Ella entendió la infancia como eslabón de la madurez y aprendizaje valioso, y la rodeó de fantasías inocentes pero con sustancia, en obras magníficas donde la felicidad puede encontrarse en un bolsillo con pelusas, y el dolor puede ser únicamente un quejido hacia la esperanza.

Los duendes del silencio han de poner ahora piadosa pausa. En estos casos el adiós no existe. Sólo una distracción de las cosas en el cosmos de la belleza ha de propiciar un momento de meditación, para que el pasito apasionado de Manuelita, empujado por el amor que busca desde ese Peguajó de simplezas, se reencuentre en algún lugar mágico con el fuego y la libertad.