"...Oscar Kummel, queda en el orillo del alma tu rostro de nieve y luna triste, que desovillaba cuentos sublimes para tejer y destejer la vida...".


Cuando te fuiste, se apresuraron las rosas para llegar a la cita, Oscar. ¿Agasajo? ¿Despedida? Un perfume crucial te señala el camino a la pirueta suprema. El firmamento de los actores y los mimos está de fiesta. La estela de un hombre bueno encaramado a una silueta que todo lo puede y es capaz de pronunciar el mundo en ademanes, un día se fue hasta el piso de arriba, la azotea de los pájaros celestes.


De tus dones artísticos, Oscar, el que más me marcó fue ese de acollarar los gestos con el aire, amarrar la vida con el silencio y hacerle decir las emociones; eso es, fundamentalmente, un mimo; ese payaso para sordos y contemplativos, esa gacela de antorcha y sombra, ese hacedor de todo lo existente, con el simple instrumento de la inocencia.


Te admiramos, Oscar, en aquel extraordinario programa televisivo que fue "San Juan en Alta Visión", donde muchos artistas sanjuaninos honraron el arte. Queda en el orillo del alma tu rostro de nieve y luna triste, que desovillaba cuentos sublimes para tejer y destejer la vida.


La parálisis de los sueños en unos minutos de sol, que el mimo nos enrostra para que los sueños se nos queden en las manos como tortolitas traslúcidas, es su arma y argumento para poner en acto los sentimientos. Uno no sabe bien adonde alojan las quimeras y adonde el hombre deposita su final; pero sí estamos seguros que el que siembra belleza está aportando a nuestra felicidad, cualquiera sea el jardín o el baldío adonde iremos a morir. El escenario ilimitado donde pusiste tu vida al servicio de las sugerencias y las imágenes, se ha quedado dormido de un cansancio de luces. No es esta cualquier muerte. El epílogo de este cuento está amordazado por la sorpresa de verificar que uno más de los talentosos se ha quedado mudo en el camino. Tragedia para los sensibles. Lo que pasa es que uno nunca se acostumbra a perder tanto. Pero todo lo hecho en nombre de la belleza es inderogable. Este hombre nos ha honrado a todos; nos ha descubierto como seres trágicos o felices en un territorio armado desde su corazón. Legítimamente, el Teatro de Rawson lo honra con su nombre.


Las tablas de un escenario brumoso crujen ausencias, lagrimean amores perdidos. Las bambalinas se desencuentran en laberintos donde se han perdido estatuas finales. Con tu ida ha caído de bruces al dolor un telón de fantasías. Es doloroso esto, pero la palabra última sólo puede ser dicha por la gente, que desde las lágrimas se ha de aferrar (de algún modo victoriosa) al regalo de tu talento, de tu magia, Oscar Kummel.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete