Ochenta y tantos largos. Desde que lo conocí -y de esto pueden dar testimonio todos quienes lo han tratado- me di cuenta que se había echado al hombro la vida como quien carga una historieta humorística y, con ese equipaje florido de ironías sanas todos sus dichos se constituyen en un homenaje al sentido positivo de las cosas. 

Es capaz de acercarse a quien no conoce y descerrajarle un discurso de incongruencias, que hilvana con tanta seriedad, que el interlocutor no se percata de lo que está ocurriendo y llega a admirarlo pensando que se trata de un pensador o algo así. Pero todo de buena leche y ante el estupor y risas disimuladas de quienes presencian a distancia la hilarante escena.

Una vez me envió un cliente con un problema familiar de convivencia, a quien le había recomendado que me visitara para que le hiciera un inexplicable: "reavalúo conyugal". 

En otra oportunidad, les comentó a sus compañeros de la Municipalidad de Santa Lucía que se venían tiempos difíciles para el municipio porque "las paritarias ya estaban cerca, venían por Alto de Sierra". 

Y así todo. Es imposible estar junto a él y no recibir alguna de estas excentricidades desopilantes. Pero, junto a esta faceta de su personalidad, hay un tipo sencillo y generoso, con la figura casi calcada de aquella especie de Chaplín que fue Enrique Santos Discépolo: menudito, delgado, de prominente nariz y un carisma que desborda; un tipo que honra la vida entendiendo que es mejor si se transita con gracia.

El "Quelo" fue el mecánico de aquella Municipalidad de Santa Lucía donde Hugo fue Asesor Letrado; épocas de intendentes recordados por excelentes y queridos como Renato Villegas, Agostini, Julio Sambrizzi, entre varios más; cuando el organismo comunal contaba con escaso personal y la oportunidad del asadito o el partido de fútbol los juntaba a menudo para corroborar que eran más amigos que compañeros de trabajo.

Querido amigo: no me olvido cuando en un cumpleaños tuyo Don Savoca, por saludarte, se cayó a la acequia; cuando el gran cantante y querido amigo, Walter San Juan, realzaba aquellas farras sanas con canciones memorables; cuando se recibió Hugo y canté casi una hora seguida, festejando y Carlitos Ocampo gritaba que ése era yo...; cuando invitamos a un amigo intérprete folklórico famoso que estaba radicado en Buenos Aires, quien, en su afán de desplegar toda su alegría, cantaba y cantaba y no había manera de pararlo; entonces no encontramos mejor remedio que ir abandonando de a uno el sitio donde estaba, hasta que se percató que ya no tenía auditorio.

Eran aquellos años cuando hacía poco mi padre se había retirado joven de este mundo, con su pinta de buen tipo, su amor por Independiente y su debilidad por sus hijos. Cuando Don Arturo Humberto Illia era derrocado por la ignominia de unos pocos que tuvieron la histórica "hazaña. de denigrar (por poco tiempo) a uno de los presidentes más respetables que tuvo la República. Cuando el país comenzaba a abrir sus venas con aquella extraña mixtura de idealismo y violencia. Cuando los golpes de estado, los golpes de estado, los golpes de estado... Aquí se me nubla, "Quelo", aquel horizonte de cosas hermosas.