Ha comenzado en el Congreso Nacional el debate sobre la despenalización del aborto. Como ya se están diciendo y van a decirse muchas falacias y muchas inexactitudes, creo que es importante aclarar bien algunas cosas: es un crimen. Ni la expresión "interrupción del embarazo" ni ningún otro eufemismo puede minimizar esto.


La vida humana comienza desde la concepción, es decir, desde la fecundación del óvulo por parte del espermatozoide. Como esto es científicamente indudable, el argumento que esgrimen los abortistas es que "hay vida pero no hay persona". Esto, además de absurdo, es altamente peligroso, porque implica pretender que una ley defina cuándo una vida debe ser considerada humana. Por de pronto, el proyecto proaborto lo permite cuando existen graves malformaciones en el feto. Esta mentalidad ha llevado a que en algunos países de Europa ya no nazca un solo niño con síndrome de Down. ¿Por qué no preguntamos a los papás o a los hermanitos de niños con síndrome de Down si los consideran personas, o si su presencia los ha hecho infelices? Conozco la respuesta: nos ha hecho mejores.

El aborto es un crimen. Se pone fin a una vida. Ni la expresión "interrupción del embarazo" ni ningún otro eufemismo puede minimizar esto.

La vida del niño en gestación es distinta de la vida de la madre, no una parte de su cuerpo. Los abogados tenemos esto muy claro: cuando una mujer embarazada muere en un accidente, corresponde indemnización por dos vidas, no por una.


La misma expresión "interrupción del embarazo" habla a las claras de lo que se produce. Para nuestro idioma, "interrumpir" es "cortar la continuidad de algo en el lugar o en el tiempo". La palabra clave es "continuidad". Hay una continuidad gestacional desde la concepción hasta el nacimiento. El aborto, como crimen, rompe esa continuidad natural, que no reconoce etapas separadas sino mero desarrollo biológico natural.


La estrategia abortista es muy vieja y siempre la misma en todo el mundo. La explicó muy bien Bernard Nathanson, el médico que practicó más abortos en EEUU y que, viendo un video de una de sus prácticas, cambió su conducta y se convirtió en uno de los más importantes referentes provida del mundo: "Amañamos los resultados con encuestas inventadas y las publicamos en los medios... Fue la táctica de exaltar la propia mentira y así conseguimos un apoyo suficiente, basado en números falsos sobre los abortos ilegales que se producían anualmente... La segunda táctica fundamental fue jugar la carta del anticatolicismo. Vilipendiamos sistemáticamente a la Iglesia Católica, calificando sus ideas sociales de retrógradas... La tercera táctica fundamental fue denigrar o ignorar, cualquier evidencia científica de que la vida comienza con la concepción".


El aborto es un negocio enorme donde está legalizado. Las clínicas abortistas facturan miles de millones de dólares por año. Muchas campañas proaborto son financiadas por quienes tienen intereses económicos en ello.


Una ley que despenalice al aborto nacerá inconstitucional. El art. 1 de la Convención sobre los Derechos del Niño dispone que "se entiende por niño todo ser humano desde el momento de su concepción y hasta los 18 años de edad" y el art. 6.1. reconoce que "todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida". Además, el derecho a la vida está contemplado en la Declaración Americana sobre los derechos y deberes del hombre, en la Declaración Universal de Derechos humanos de la ONU, en la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. A su vez, nuestra Constitución Nacional consagra la protección del niño desde el embarazo.


La mayor mentira e hipocresía de la postura abortista es que el aborto beneficia a la mujer. Por un lado, abortar produce en la mujer un trauma muy difícil de superar. Por otro lado, la auténtica preocupación por la mujer pasa por erradicar la miseria; por educar sexualmente en la afectividad; por acompañar afectiva, psicológica, económica y legalmente a la mujer que lleva adelante un embarazo no deseado; por protegerla de los abusos y del maltrato; por canalizar hacia un ágil sistema de adopción aquellos niños cuya madre biológica no quiere o no puede mantener. Si esto no se hace, la mujer seguirá viviendo en la pobreza, seguirá siendo violada o golpeada, seguirá careciendo de afecto y contención, y con el trauma de haber abortado. Es verdad que algunas mujeres mueren en abortos clandestinos, pero la respuesta a esto no es legalizarlo, sino individualizar, detener, juzgar, condenar y encarcelar a quienes practican este delito.